El viernes armamos el bolso y nos fuimos a Mvd a visitar a PB. No lo veíamos desde enero en Lima y asique era tentador irse a pasar unos días a compartir unos mates, tomar unos vinitos o, incluso, salir a comer por ahí, porque, para decirlo con palabras de Schmidt, "Uruguay tiene una gastronomía bastante extraña. Una gastronomía discutible porque «el Chivito», que es la Tour Eiffel del Uruguay, es un sándwich nomás". Pero aún así el fin-de-semana-de-relax anduvo muy bien.
El domingo llego la hora del largo regreso. El empresariado k aún no pone en funcionamiento la terminal que levantaron gracias a todo el tráfico desviado por el corte en Gualeguaychú. A la inauguración no pueden olvidar invitar a Alfredito, eh, ni tampoco a toda la muchachada que todavía está sobre el puente. Además, hay que decir que la terminal de BA les quedó preciosa.
En fin, la fila para embarcar en Colonia era larga, pero avanzaba con cierta agilidad, asique uno no perdía el tiempo en malhumorarse con los piolas que ganan 45'' colándose un par de lugares. Subo al barco y me voy para la planta superior, aunque no sé bien porqué: el nivel de abajo no da buen rollo, arriba debe haber mejor vista. Igual, ya anocheció hace un rato, asique no sé bien qué vista voy buscando. Ahora que lo pienso mejor, debe ser de esos comportamientos adquiridos sin notarlo, pequeñas manías como ir en el primer vagón del subte o lavarse la cabeza antes de jabonarse el cuerpo. Melvin Udall tenía muchas más que yo, asique no hay motivo para andarse preocupando.
Cuando termino de subir la escalera, por delante mío pasa un flaco de rulos. Él va, con paso raudo, para la cafetería del barco y yo ya venía con la idea de tomar un café para cortar la siesta del autobus y ponerme a leer, asique me pongo detrás de él en la fila.
Él pide dos cafés y una gaseosa. Mientras espera que le sirvan sus cafés, cosa que abordo parece que demanda bastante más tiempo que en cualquier barcito porteño, el empleado de la caja lo llama para que, entretanto, vaya pagando. Le pregunta si quiere algo más y el flaco de rulos le dice que había estado buscando unos sandwich's pero que él no los veía por ahí. El empleado de la caja se los va a conseguir al otro lado de la barra pero de camino se lleva por delante al empleado que estaba en la máquina de café. No pareció muy duro, porque ni se detuvo, pero el de la máquina hace un gesto acusando el golpe. El flaco de rulos le dice "Uhh! Te mató". El otro asiente con una sonrisa y gira para preguntarme a mí qué quiero. Le pido un café grande, pero me dice "Sólo tengo de este tamaño" y con el índice me indica un vasito más bien mediano. No era lo que quería, pero le digo que está bien, a fin de cuentas uno no puede andar peleando por todo.
Mientras espero mi café, el tipo de la caja vuelve con dos sandwich's. Cuando le dice el precio total, el flaco de rulos le dice que va a pagar en pesos uruguayos. El cajero ahora le repite el precio en uruguayos. El flaco de rulos paga y se me pega buscando azúcar, edulcorante y servilletas, que estaban en la barra, justo delante mío. Esa etapa ya la había adelantado mientras el de la máquina demoraba en servir un vasito mediano el tiempo de servirlo y además de traer el café en mula desde el eje cafetero. Ya se iba a ir cuando noto que no había agarrado esos batidores plásticos descartables y se los alcanzo sin que él me los pida. El flaco de rulos me mira, los agarra, me agradece y yo sólo le respondo "De nada".
A decir verdad, para estas cosas soy demasiado tímido, debí decirle: "Ricardo, si alguien acá tiene que andar dando las gracias, creo que debería dártelas yo a vos".
Qué groso que es Mollo.
[Calle de los Suspiros, capturada acá]
El domingo llego la hora del largo regreso. El empresariado k aún no pone en funcionamiento la terminal que levantaron gracias a todo el tráfico desviado por el corte en Gualeguaychú. A la inauguración no pueden olvidar invitar a Alfredito, eh, ni tampoco a toda la muchachada que todavía está sobre el puente. Además, hay que decir que la terminal de BA les quedó preciosa.
En fin, la fila para embarcar en Colonia era larga, pero avanzaba con cierta agilidad, asique uno no perdía el tiempo en malhumorarse con los piolas que ganan 45'' colándose un par de lugares. Subo al barco y me voy para la planta superior, aunque no sé bien porqué: el nivel de abajo no da buen rollo, arriba debe haber mejor vista. Igual, ya anocheció hace un rato, asique no sé bien qué vista voy buscando. Ahora que lo pienso mejor, debe ser de esos comportamientos adquiridos sin notarlo, pequeñas manías como ir en el primer vagón del subte o lavarse la cabeza antes de jabonarse el cuerpo. Melvin Udall tenía muchas más que yo, asique no hay motivo para andarse preocupando.
Cuando termino de subir la escalera, por delante mío pasa un flaco de rulos. Él va, con paso raudo, para la cafetería del barco y yo ya venía con la idea de tomar un café para cortar la siesta del autobus y ponerme a leer, asique me pongo detrás de él en la fila.
Él pide dos cafés y una gaseosa. Mientras espera que le sirvan sus cafés, cosa que abordo parece que demanda bastante más tiempo que en cualquier barcito porteño, el empleado de la caja lo llama para que, entretanto, vaya pagando. Le pregunta si quiere algo más y el flaco de rulos le dice que había estado buscando unos sandwich's pero que él no los veía por ahí. El empleado de la caja se los va a conseguir al otro lado de la barra pero de camino se lleva por delante al empleado que estaba en la máquina de café. No pareció muy duro, porque ni se detuvo, pero el de la máquina hace un gesto acusando el golpe. El flaco de rulos le dice "Uhh! Te mató". El otro asiente con una sonrisa y gira para preguntarme a mí qué quiero. Le pido un café grande, pero me dice "Sólo tengo de este tamaño" y con el índice me indica un vasito más bien mediano. No era lo que quería, pero le digo que está bien, a fin de cuentas uno no puede andar peleando por todo.
Mientras espero mi café, el tipo de la caja vuelve con dos sandwich's. Cuando le dice el precio total, el flaco de rulos le dice que va a pagar en pesos uruguayos. El cajero ahora le repite el precio en uruguayos. El flaco de rulos paga y se me pega buscando azúcar, edulcorante y servilletas, que estaban en la barra, justo delante mío. Esa etapa ya la había adelantado mientras el de la máquina demoraba en servir un vasito mediano el tiempo de servirlo y además de traer el café en mula desde el eje cafetero. Ya se iba a ir cuando noto que no había agarrado esos batidores plásticos descartables y se los alcanzo sin que él me los pida. El flaco de rulos me mira, los agarra, me agradece y yo sólo le respondo "De nada".
A decir verdad, para estas cosas soy demasiado tímido, debí decirle: "Ricardo, si alguien acá tiene que andar dando las gracias, creo que debería dártelas yo a vos".
Qué groso que es Mollo.
[Calle de los Suspiros, capturada acá]