Tal como en aquel viejo episodio de Sledge Hammer, la posibilidad de sobrevivir al cruce de mañana nos obliga a detener una bala con los dientes. Así de sencillo.
Dejando a Sledge a un lado, sólo Rubén Magnano dio con la fórmula para detener una bala con los dientes cuando, en el Mundial de Indianápolis '02, la selección argentina interrumpió una serie invicta de diez años (sí, 10 años!) del equipo estadounidense, iniciada por aquel memorable equipo ganador del oro en Barcelona '92. Tras aquella formación inicial, se sucedieron otros equipos que quizás no fueron tan dignos de usar Dream Team como rótulo, pero que aún así fueron invencibles en todos los torneos en que compitieron.
Hasta aquella noche en el bonito Conseco Fieldhouse, la suposición regular era que el invicto finalmente iba a ser interrumpido por otro equipo integrado por jugadores NBA; y todos miraban a la Yugoslavia de Stojaković, Divac, Jarić, Bodiroga, entre otros. Desde este punto de vista, la derrota surgiría de un equipo que fuera más fuerte en las mismas materias que hacían imbatible al seleccionado estadounidense: técnica individual y velocidad en el juego. Es decir, el mainstream consideraba que a un equipo NBA sólo lo derrotaba un equipo NBA mejor.
Sin embargo, la fórmula ideada por Magnano fue exactamente la contraria: a un equipo así se lo vence con trabajo colectivo y juego lento, lentísimo. Tal como varias crónicas (googlee y googlee, pero no encontré los links) de aquellos días enfatizaron, a un equipo rápido y técnicamente muy dotado lo había derrotado otro que parecía sacado de los años '50. Como si el mítico Boston Celtics de Bill Russell y Red Auberbach hubiera dado una lección de basquet artesanal al vértigo del basquet moderno, recordando a todos la esencia del juego.
Aquella noche del Conseco Fieldhouse, el equipo de Magnano recurrió a los principios básicos del juego asociado. Una y otra vez, se jugaron sistemas en ataque; rotaciones y desplazamientos fríamente trabajados, en lugar de los ataques individuales (mucho más espectaculares, qué duda cabe) del equipo estadounidense. Una y otra vez, defendió en zona, tomando cuidadosos relevos para evitar desbalances; mientras los americanos jugaban (y se exponían) en un permanente uno contra uno. Como si el guión hubiera sido escrito por el Pibe Valderrama, nadie corría la cancha. Ni ellos ni nosotros, nadie.
La fórmula volvió a reproducirla en los Juegos Olímpicos de Atenas, dos años más tarde, contra un equipo con sed de revancha. Y volvió a vencer. A Magnano deberían darle un premio Nobel.
Mañana al equipo de la Oveja Hernández le convendría mucho reproducir el insoportablemente lento juego de Riquelme.
Mañana a las 11.15 nos jugamos el partido para el cuál se realizan estos Juegos. El resto, eso de correr, saltar y nadar, sólo le importa a la gilada.
Up-date: Pese a todo, la Argentina cayó de pie. El equipo de Hernández, sin Ginóbili -lesionado- y con Nocioni disminuido, luchó el partido hasta el último cuarto pero perdió 101 a 81 y jugará el domingo, a la 1, por el bronce ante Lituania. Han sido los Juegos más cortos de la historia: duraron 2 horas.
[Foto, acá]
1 comentario:
Bueno yatá. No se agrande Coronel, eh...! Mire que lo vuelvo al establishment sin miramientos. Salute!
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