La reforma constitucional venezolana avanza al ritmo de los deseos del líder, aunque falta mucho trecho por recorrer. El panorama necesita aclararse para saber cuál será su futuro contenido. Pero algo, quizás sólo eso, esta claro: Chávez quiere que se habilite su reelección indefinida.
Lo curioso no es tanto eso, que a fin de cuentas ya deja entreveer hace tiempo cuando habla de su Venezuela bolivariana, porque sólo basta ver cuál era la idea de gobierno que tenía Simón Bolívar, para darse cuenta que esta idea no es nueva. Lo curioso es la forma de legitimar sus pretensiones:
“Es una obra, una creación, que otra persona puede terminar, sí, pero más allá de una línea, porque si yo entrego el pincel, a lo mejor esa persona empieza a echarle otros colores porque tiene otra visión, empieza a alterar los contornos del cuadro o a lo mejor a alejarse de la idea central de la obra”, dijo el mandatario en su programa dominical de televisión Aló presidente.
No voy a detenerme en el hecho de auto-compararse con un artista para explicar su propuesta de reelección, sino en la (ausente) concepción de la alternancia democrática. Aunque a Chávez no le guste, una visión democrática de la vida social supone que el proceso político se construye receptando aportes de los múltiples actores, donde confluyen miradas diferentes, en ocasiones entre sí contradictorias. Pero a Chávez esa idea no le agrada, porque él se concibe a sí mismo como un gigantesco demiurgo creador, de quien brotan decisiones perfectas. Detrás de todo se esconde su gran plan maestro, que no es otra cosa que él mismo.
Además de cierta megalomanía, tal concepción niega valor alguno a cualquier aporte que pueda provenir de otros sectores. A los demás se les pide acompañar, en silencio si es necesario, porque nada queda fuera del plan maestro.
Pero Chávez no es un demócrata, ni nunca pretendió serlo. Y el problema no es ese, porque la democracia puede funcionar aún cuando el presidente no sea un demócrata, aunque claro ese será una dificultad. El problema empieza cuando las bases institucionales sobre las que se asienta la vida en democracia, empiezan a ser barridas una a una en nombre de una mayoría que entonces lo puede todo. Básicamente una voluntad mayoritaria que arroja como saldo una democracia sin sus (indispensables) checks & balances.
La pregunta del día es cuántos checks & balances, cuántos límites institucionales se necesitan para que una democracia siga siendo tal cosa. Bueno, la respuesta a este tipo de preguntas nunca es fácil, porque apuntan a saber en qué momento ocurrió un cambio sustantivo: cuando a alguien se le cae uno o dos pelos, nada ha cambiado, pero si se le sigue cayendo el cabello en algún momento se empezará a hablar de calvicie, aunque nadie sepa a ciencia cierta cuándo ocurrió ese cambio.
Lo curioso no es tanto eso, que a fin de cuentas ya deja entreveer hace tiempo cuando habla de su Venezuela bolivariana, porque sólo basta ver cuál era la idea de gobierno que tenía Simón Bolívar, para darse cuenta que esta idea no es nueva. Lo curioso es la forma de legitimar sus pretensiones:
“Es una obra, una creación, que otra persona puede terminar, sí, pero más allá de una línea, porque si yo entrego el pincel, a lo mejor esa persona empieza a echarle otros colores porque tiene otra visión, empieza a alterar los contornos del cuadro o a lo mejor a alejarse de la idea central de la obra”, dijo el mandatario en su programa dominical de televisión Aló presidente.
No voy a detenerme en el hecho de auto-compararse con un artista para explicar su propuesta de reelección, sino en la (ausente) concepción de la alternancia democrática. Aunque a Chávez no le guste, una visión democrática de la vida social supone que el proceso político se construye receptando aportes de los múltiples actores, donde confluyen miradas diferentes, en ocasiones entre sí contradictorias. Pero a Chávez esa idea no le agrada, porque él se concibe a sí mismo como un gigantesco demiurgo creador, de quien brotan decisiones perfectas. Detrás de todo se esconde su gran plan maestro, que no es otra cosa que él mismo.
Además de cierta megalomanía, tal concepción niega valor alguno a cualquier aporte que pueda provenir de otros sectores. A los demás se les pide acompañar, en silencio si es necesario, porque nada queda fuera del plan maestro.
Pero Chávez no es un demócrata, ni nunca pretendió serlo. Y el problema no es ese, porque la democracia puede funcionar aún cuando el presidente no sea un demócrata, aunque claro ese será una dificultad. El problema empieza cuando las bases institucionales sobre las que se asienta la vida en democracia, empiezan a ser barridas una a una en nombre de una mayoría que entonces lo puede todo. Básicamente una voluntad mayoritaria que arroja como saldo una democracia sin sus (indispensables) checks & balances.
La pregunta del día es cuántos checks & balances, cuántos límites institucionales se necesitan para que una democracia siga siendo tal cosa. Bueno, la respuesta a este tipo de preguntas nunca es fácil, porque apuntan a saber en qué momento ocurrió un cambio sustantivo: cuando a alguien se le cae uno o dos pelos, nada ha cambiado, pero si se le sigue cayendo el cabello en algún momento se empezará a hablar de calvicie, aunque nadie sepa a ciencia cierta cuándo ocurrió ese cambio.
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