Los debates en el fútbol son, como la Biblioteca de Babel, infinitos. Esto se debe a la imposibilidad de arribar a conclusiones finales indisputadas. Muchos polemistas presentan argumentos tan difíciles de comprobar empíricamente que, muy probablemente, a Lino Barañao les parecerán también teología. Gracias a esta propiedad algunos atorrantes son columnistas en medios deportivos; algunos entrenadores que saben más sobre whisky que sobre el fútbol europeo pueden dirigir selecciones nacionales y además responder a la prensa con desdén; y algún jugador de cabotaje, insípido y sin sangre puede calzarse la camiseta que supo usar el Rey y encontrará voces dispuestas a legitimar ese oxímoron.
No obstante, en otra época, en el fútbol hubo auténticos cracks. Jugadores capaces de llenar estadios deseosos de verlos a ellos, sólo a ellos. Jugadores con un talento indescifrable, casi hipnótico. Talentos que parecían jugar con ritmo de Bossa. En este blog creemos que Manoel dos Santos, o simplemente Garrincha, fue el mejor puntero derecho de todos los tiempos, campeón del mundo en 1958 y 1962, además de ganador de algunos campeonatos cariocas.
Hoy se cumplen 25 años de su partida. Simplemente, gracias Mané.
No obstante, en otra época, en el fútbol hubo auténticos cracks. Jugadores capaces de llenar estadios deseosos de verlos a ellos, sólo a ellos. Jugadores con un talento indescifrable, casi hipnótico. Talentos que parecían jugar con ritmo de Bossa. En este blog creemos que Manoel dos Santos, o simplemente Garrincha, fue el mejor puntero derecho de todos los tiempos, campeón del mundo en 1958 y 1962, además de ganador de algunos campeonatos cariocas.
Hoy se cumplen 25 años de su partida. Simplemente, gracias Mané.
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