Regreso de vacaciones; breves pero vacaciones al fin. Vacaciones en las que el Coronel estuvo desenchufado, muy desenchufado, en el sentido más literal del término. Pero recalo nuevamente en la ciudad y me sorprendo con una portada que sugiere que las relaciones entre la Iglesia y el kirchnerismo no se van a enderezar con facilidad, por más señales que se envíen desde la Casa Rosada, por más reuniones con foto para los medios.
Hoy veo que Martín, no sin cierta sorna, recoge las reacciones "en tiempo real" de algunos lectores. Y se me ocurre entonces que puede ser oportuno establecer algunas ideas que pueden ser útiles para entender de qué se trata todo esto.
Primero cabe decir que la Iglesia y el Vaticano no son lo mismo, aunque muchos usen esos términos como sinónimos. La primera es "el cuerpo místico de Cristo" y esas cosas que dicen algunos de los comentarios recogidos; es decir, una organización religiosa, una cuestión de fe (en la que no creo, pero prefiero ser respetuoso con las creencias de los demás). La segunda es un Estado de características muy especiales, pero Estado al fin y en tal calidad recibe embajadores. Por supuesto, ambas realidades se entrecruzan en muchos puntos, pero son entidades diferentes.
Segundo cabe decir que aceptar/negar el placet de un embajador es un derecho soberano reconocido internacionalmente. Y, más allá de la cuestión de Derecho sobre la que mejor consultan a otro, esta potestad tiene una lógica política evidente: si los embajadores son los encargados de llevar adelante las relaciones entre dos Estados, no tiene sentido que ellos resulten "indigeribles" para el Estado receptor. ¿Cuáles son criterios válidos para negar el placet? No existe una definición para esta pregunta, primero porque no hay necesidad de dar motivos para negar el placet; y segundo, porque son criterios políticos, no jurídicos, y cada Estado los establece en forma autónoma.
Ahora bien, vamos al fondo. Honestamente dudo que el Vaticano no le dé el placet a un embajador por ser divorciado, porque sería muy naïf esperar recibir como embajadores a "buenos cristianos". Antes tiendo a pensar que el motivo de fondo es algo aún más dificil de defender: la jerarquía eclesiástica en Roma tiende a pensar que, en su relación con "países tradicionalmente católicos" (esta etiqueta me parece muy pobre, pero creo que se entiende a lo que refiere), el embajador ante la Santa Sede debe ser un hombre con credenciales católicas sólidas. Es decir, en alguna medida esperan que el embajador en Roma sea antes un representante de la Iglesia ante el gobierno de turno, que un representante del Estado argentino (o boliviano, o brasileño, etc.) ante el Vaticano. Por supuesto, esta forma de entender el placet como el derecho de tener un embajador "del palo" conduce fácilmente a tensiones con la Santa Sede cuando un gobierno intenta ganar autonomía en sectores caros a la jerarquía católica.
A esta altura de los hechos es probable que ya nadie lo recuerde, pero la designación de Carlos Custer también despertó resquemores en Roma; y, en ese caso, la estrategia seguida fue mostrar (quizás diría exagerar) las credenciales católicas del candidato, poniendo en primer plano los nexos de Custer con el sindicalismo católico. En este caso veremos cuál es la estrategia a seguir.
Como muchas veces pasa, como dice Chizzo, el final es en donde partí. Me resulta difícil explicar la portada. Primero porque una demora de un par de meses en otorgar el placet a un embajador no es extraño ni excesivo; y además hay que tener autoridad "moral" para reclamarlo, porque ¿qué debería decir el gobierno alemán después que Argentina se tomara dos años para designar un embajador en Berlin? Segundo porque la Embajada argentina ante el Vaticano es por completo intrascendente para la política exterior de nuestro país; ese es un dato que sólo le interesa a la gente vinculada a la Iglesia y alguno que otro más, porque a fin de cuentas, como decía alguno, ¿cuántas divisiones acorazadas tiene el Papa? Dedicar la portada completa del diario de mayor tirada del país, del único medio que por sí sólo puede mover la agenda política, para un tema así de chiquito...
Hoy veo que Martín, no sin cierta sorna, recoge las reacciones "en tiempo real" de algunos lectores. Y se me ocurre entonces que puede ser oportuno establecer algunas ideas que pueden ser útiles para entender de qué se trata todo esto.
Primero cabe decir que la Iglesia y el Vaticano no son lo mismo, aunque muchos usen esos términos como sinónimos. La primera es "el cuerpo místico de Cristo" y esas cosas que dicen algunos de los comentarios recogidos; es decir, una organización religiosa, una cuestión de fe (en la que no creo, pero prefiero ser respetuoso con las creencias de los demás). La segunda es un Estado de características muy especiales, pero Estado al fin y en tal calidad recibe embajadores. Por supuesto, ambas realidades se entrecruzan en muchos puntos, pero son entidades diferentes.
Segundo cabe decir que aceptar/negar el placet de un embajador es un derecho soberano reconocido internacionalmente. Y, más allá de la cuestión de Derecho sobre la que mejor consultan a otro, esta potestad tiene una lógica política evidente: si los embajadores son los encargados de llevar adelante las relaciones entre dos Estados, no tiene sentido que ellos resulten "indigeribles" para el Estado receptor. ¿Cuáles son criterios válidos para negar el placet? No existe una definición para esta pregunta, primero porque no hay necesidad de dar motivos para negar el placet; y segundo, porque son criterios políticos, no jurídicos, y cada Estado los establece en forma autónoma.
Ahora bien, vamos al fondo. Honestamente dudo que el Vaticano no le dé el placet a un embajador por ser divorciado, porque sería muy naïf esperar recibir como embajadores a "buenos cristianos". Antes tiendo a pensar que el motivo de fondo es algo aún más dificil de defender: la jerarquía eclesiástica en Roma tiende a pensar que, en su relación con "países tradicionalmente católicos" (esta etiqueta me parece muy pobre, pero creo que se entiende a lo que refiere), el embajador ante la Santa Sede debe ser un hombre con credenciales católicas sólidas. Es decir, en alguna medida esperan que el embajador en Roma sea antes un representante de la Iglesia ante el gobierno de turno, que un representante del Estado argentino (o boliviano, o brasileño, etc.) ante el Vaticano. Por supuesto, esta forma de entender el placet como el derecho de tener un embajador "del palo" conduce fácilmente a tensiones con la Santa Sede cuando un gobierno intenta ganar autonomía en sectores caros a la jerarquía católica.
A esta altura de los hechos es probable que ya nadie lo recuerde, pero la designación de Carlos Custer también despertó resquemores en Roma; y, en ese caso, la estrategia seguida fue mostrar (quizás diría exagerar) las credenciales católicas del candidato, poniendo en primer plano los nexos de Custer con el sindicalismo católico. En este caso veremos cuál es la estrategia a seguir.
Como muchas veces pasa, como dice Chizzo, el final es en donde partí. Me resulta difícil explicar la portada. Primero porque una demora de un par de meses en otorgar el placet a un embajador no es extraño ni excesivo; y además hay que tener autoridad "moral" para reclamarlo, porque ¿qué debería decir el gobierno alemán después que Argentina se tomara dos años para designar un embajador en Berlin? Segundo porque la Embajada argentina ante el Vaticano es por completo intrascendente para la política exterior de nuestro país; ese es un dato que sólo le interesa a la gente vinculada a la Iglesia y alguno que otro más, porque a fin de cuentas, como decía alguno, ¿cuántas divisiones acorazadas tiene el Papa? Dedicar la portada completa del diario de mayor tirada del país, del único medio que por sí sólo puede mover la agenda política, para un tema así de chiquito...
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