Hoy es día de Reyes. Los niños (y también muchos que ya no lo son) dejaron sus zapatos ayer por la noche y, hoy por la mañana, encontraron junto a ellos sus regalos, dejados por los Reyes durante la madrugada. En estas tierras esta resulta una tradición remota, una especie de resaca de los regalos navideños, pero en no pocos países de Europa, los regalos no son patrimonio del día de Navidad sino que se entregan el 6 de enero. Pero los Reyes Magos, lamentablemente, no son reyes de este mundo, sino que los reyes de este mundo son otros, mucho menos generosos. Y, por ese motivo, procedamos al desenmascaramiento, trayendo al primer plano un viejo debate que mantuvimos entre posteos y comentarios con algunos monárquicos de la blogósfera, algún tiempo atrás.
Leyendas urbanas
La opinión política correcta, moderada, blanca y conservative, digamos Joaquín, sustenta sus inmensos elogios a Juan Carlos de Borbón en el rol del rey en la transición española (y en todo el legado de bondad que a su exclusiva intervención deben los españoles en primer término, pero también la Humanidad toda). Pero este hecho se ha transformado en un lugar común que, por repetirlo, ya nos lo empezamos a creer, como que a las mujeres no les importa el tamaño. Cualquier lector medianamente informado sabe que esto es una bestial reificación, sobre la cual el monarca, carente de toda legitimidad democrática e intentando eludir por todos los medios la legitimidad militar legada por el franquismo, asienta su autoridad moral ante la opinión pública.
¿De qué se trata ese rol presuntamente providencial? Situémonos en los tardíos 60s y tempranos 70s. El régimen lleva ya tres décadas y sus líderes (escasamente renovados) son también tres décadas más viejos, por lo cual el escenario de un cambio de régimen es palpable, incluso en algunos visibles signos de apertura. Europa occidental, crecientemente reunida alrededor del proceso de integración, ya ha dejado repetidas veces claro que no va a pasar de un frío trato comercial con España mientras subsista la dictadura. España a partir de los 60s se moderniza a pasos acelerados y aparecen, aunque con tibieza, nuevos actores políticos.
Y, en medio de todo ese proceso, Juan Carlos en primer término negocia con el franquismo su reconocimiento como heredero al trono, que logra tras la abdicación de su padre (aun vivo). Tras lo cual, con ese reaseguro institucional, ¿con quién debería pactar? ¿Con los estertores de un régimen de ancianos que ya no tiene nada para dar? ¿O mejor presentarse como garante de la estabilidad ante actores civiles? Para los civiles, ante una sociedad atermorizada por una eventual repetición de la Guerra Civil, la figura monárquica es una concesión razonable a fin de aparecer "aceptables" ante un régimen que (aun decrepito) puede desestabilizar cualquier transición. Y, por supuesto, también ante los poderosos socios del régimen en retirada.
La capacidad de desestabilización apareció en primer plano en febrero de 1981, cuando ocurrió un burdo intento de golpe de Estado, conducido por el teniente coronel Antonio Tejero; y en ese cuadro las opciones políticas de la Corona volvieron a ser las mismas: ofrecer a las autoridades civiles legitimidad ante la derecha a cambio de privilegios. Pero, al respecto, Zabalita dice que el papel del rey merece ser destacado, porque "el rey jugó del bando correcto y punto".
Pero ¿fue relevante su intervención? Primero, tal como señala Alfred Stepan, las prerrogativas militares habían sido sensiblemente reducidas con anterioridad: one of the major things to be aware of about military prerogatives in Spain is that their peak was during the civil war when they were close to the maximum. But, as measured by a whole series of indicators, the influence of the military as an institution within the authoritarian regime had significantly eroded before Franco died. [...] In the judgement of Juan Linz and Fernando Rodrigo, for the last quarter-century of Franco's rule the military in Spain had effectively been removed from the direct exercise of political power.
Y, siguiendo con el relato de Stepan, el poder de las autoridades civiles para hacer frente a la intentona estaba bien establecido: The process of gradual civilian empowerment for over a decade has allowed the government to address in routine ways situations that might have otherwise deteriorated [...] Nowhere was the dialectic of civilian power creation and the narrowing of military prerogatives clearer than in the case of the trials that followed the February 1981 coup attempt. The government was massively backed after the coup attempt by demonstrations in the street. Public-opinion polls clearly showed that the military claim to represent a silent majority was false. Only 2 percent of the Spaniards who were polled said they were in favor of military government. The previously established right of appeal to the highest civilian courts enabled the government to appeal rapidly the light sentences the convicted military rebels received. In the judgment of Juan Linz, the 1983 appeal trial and the attendant publicity were highly benefical for the consolidation of democracy. New costs for military attempts to usurp power had been established, and civilian prerogatives to control the military democratically were asserted and accepted. El Tejerazo fue un intento de golpe de Estado aislado como pocas veces se ha visto, casi ridículo, cuya mejor dramatización la plasmó Alex en su genial Muertos de Risa.
Apoyar a Tejero no hubiera sido muestra de golpismo, sino de una desconexión cabal con la realidad. Por el contrario, el Tejerazo fue funcional a la Corona, no ya para deponer a la democracia, sino para consolidar su posición ante el nuevo escenario legitimando su rol frente a la sociedad a costos irrisorios; más aún, con un espíritu un poco conspirativo hasta se podría pensar que fue propiciado por sectores monárquicos. Pero al Coronel el pensamiento conspirativo no le gusta, más bien le parece irracionalista y auto-evidente.
Consecuente con estas condiciones de aparición, durante tres décadas la Corona y sus voceros oficiosos se han dedicado a hablar del Sr. de Borbón como un artífice de la transición, a fin de ocultar su naturaleza profunda: se trata de una transacción en la negociación entre sectores pro-regimen y civiles pro-democracia. Entonces, la estrategia de la Corona y sus voceros es llenar en términos simbólicos su presencia, cargándolo de sentido y evitando verlo como una "posición de equilibrio" que por pasada puede ya no serlo más. Y esta estructura discursiva atrapa a no pocos sinceros demócratas que argumentan sobre la transición en los términos del discurso construido para la legitimación de la corona en democracia (el rey como artífice), sin ver que hay que deconstruir ese discurso y presentar el proceso en sus términos reales (el rey como costo).
Annus horribilis
El que pasó fue, quién puede dudarlo, un annus horribilis para la Corona, que como nunca apareció asediada en todos los frentes. Tal como decíamos acá, la política doméstica le deparó numerosos dolores de cabeza: revistas satíricas mofándose de la familia real, seguido del secuestro de ejemplares y de la persecusión penal de sus humoristas; mútiples mitines con el sólo objeto de quemar fotografías reales, con la consiguiente persecusión penal de militantes políticos; medios de prensa obligados a violentar el secreto profesional para castigar opositores a la monarquía; dirigentes políticos electos que se animan a hacer planteos en la propia cara del rey; la Corona haciendo lobby para que las empresas editoriales mantengan bajo control lo que sus periodistas dicen al aire o escriben en sus columnas; y, como si todo esto fuera poco, el mismo rey Juan Carlos tiene que salir a defender su trabajo hablando de todos los logros que, gracias a su generosa intervención, ha alcanzado la democracia española en estas tres décadas. A plena luz del día, crujen los cimientos de la monarquía española.
Pero tampoco su familia ayudó con el divorcio de la Infanta Elena. No caben dudas que esta sería una cuestión privada irrelevante, de la que sólo se ocuparían un puñado de revistas del corazón. No obstante, la cosa no es tan así cuando se trata de una figura (la Corona) que se presenta a sí misma como la quintaesencia de una nación y de una fe, que pretenden ser dos caras de la misma cosa.
Sin embargo, el frente internacional fue el encargado de despedir el año con el ya trillado “¿Por qué no te callas?”. Este exabrupto, en principio un hecho menor, acabó con la sistemática política de la Corona de presentarse por encima de todo conflicto y, así, sólo mostrarse en situaciones agradables o festivas, sea una foto con Nadal victorioso en Roland Garros o una imagen televisiva despidiendo a un grupo de médicos que van a brindar asistencia ante algún desastre natural, en algún remoto rincón del tercer mundo. Pero un exabrupto que, tal como se encargó de remarcarlo José Pablo Feinmann en esta columna memorable, prueba todo el anacronismo real:
Un rey, durante estos días, perdió los estribos durante una Cumbre Iberoamericana que se realizó en Chile. Tenía ante sí a un presidente latinoamericano, oscurito para colmo, con rasgos de indígena y que hace un uso brillante del Verbo. [...] hay que decir que en cuanto al Verbo, en cuanto a la palabra, Chávez lo maneja infinitamente mejor que el rey. Quien sólo fue capaz de una rabieta inadecuada, de una ira de monarca en tierra de salvajes: “¿Por qué no te callas?”, célebremente ya le dijo a Chávez. Toda la historia del colonialismo late en esa frase. Basta de usar el Verbo, tú, hijo de indígenas, descendiente de esclavos. Es un rey europeo el que te lo ordena. Un descendiente de colonizadores, de osados aventureros que os han descubierto para la Historia, de una civilización que ha puesto el Verbo en tu bocaza insolente. Chávez es un orador brillante. Podemos creerle o no. Pero el monarca que pretendió hacerlo callar sólo es un ente arqueológico, aturdido, un rescoldo de tiempos ásperos y viejos que sólo sabe dar órdenes a quienes considera naturalmente (y por tradición) inferiores a él. Qué sorpresa, sin embargo, majestad. Ahí, frente a usted, un indígena levantisco usa el Verbo en su contra, él, a quienes ustedes se lo entregaron como gracia de Dios, lo usa mejor que ustedes y los saca de las casillas, los arroja a la indignidad de los malos modales, lo transforma, a usted, majestad, en un rey que pierde los estribos ante un vasallo que le moja la oreja, qué deshonor, qué vergüenza ante la historia, ante su linaje, debiera usted, acaso, pensarlo bien y luego, elegantemente, abdicar.
Legado de la victoria del bando nacional y de cuarenta años de dictadura franquista, queridos amigos, estos son los reyes de este mundo.
Leyendas urbanas
La opinión política correcta, moderada, blanca y conservative, digamos Joaquín, sustenta sus inmensos elogios a Juan Carlos de Borbón en el rol del rey en la transición española (y en todo el legado de bondad que a su exclusiva intervención deben los españoles en primer término, pero también la Humanidad toda). Pero este hecho se ha transformado en un lugar común que, por repetirlo, ya nos lo empezamos a creer, como que a las mujeres no les importa el tamaño. Cualquier lector medianamente informado sabe que esto es una bestial reificación, sobre la cual el monarca, carente de toda legitimidad democrática e intentando eludir por todos los medios la legitimidad militar legada por el franquismo, asienta su autoridad moral ante la opinión pública.
¿De qué se trata ese rol presuntamente providencial? Situémonos en los tardíos 60s y tempranos 70s. El régimen lleva ya tres décadas y sus líderes (escasamente renovados) son también tres décadas más viejos, por lo cual el escenario de un cambio de régimen es palpable, incluso en algunos visibles signos de apertura. Europa occidental, crecientemente reunida alrededor del proceso de integración, ya ha dejado repetidas veces claro que no va a pasar de un frío trato comercial con España mientras subsista la dictadura. España a partir de los 60s se moderniza a pasos acelerados y aparecen, aunque con tibieza, nuevos actores políticos.
Y, en medio de todo ese proceso, Juan Carlos en primer término negocia con el franquismo su reconocimiento como heredero al trono, que logra tras la abdicación de su padre (aun vivo). Tras lo cual, con ese reaseguro institucional, ¿con quién debería pactar? ¿Con los estertores de un régimen de ancianos que ya no tiene nada para dar? ¿O mejor presentarse como garante de la estabilidad ante actores civiles? Para los civiles, ante una sociedad atermorizada por una eventual repetición de la Guerra Civil, la figura monárquica es una concesión razonable a fin de aparecer "aceptables" ante un régimen que (aun decrepito) puede desestabilizar cualquier transición. Y, por supuesto, también ante los poderosos socios del régimen en retirada.
La capacidad de desestabilización apareció en primer plano en febrero de 1981, cuando ocurrió un burdo intento de golpe de Estado, conducido por el teniente coronel Antonio Tejero; y en ese cuadro las opciones políticas de la Corona volvieron a ser las mismas: ofrecer a las autoridades civiles legitimidad ante la derecha a cambio de privilegios. Pero, al respecto, Zabalita dice que el papel del rey merece ser destacado, porque "el rey jugó del bando correcto y punto".
Pero ¿fue relevante su intervención? Primero, tal como señala Alfred Stepan, las prerrogativas militares habían sido sensiblemente reducidas con anterioridad: one of the major things to be aware of about military prerogatives in Spain is that their peak was during the civil war when they were close to the maximum. But, as measured by a whole series of indicators, the influence of the military as an institution within the authoritarian regime had significantly eroded before Franco died. [...] In the judgement of Juan Linz and Fernando Rodrigo, for the last quarter-century of Franco's rule the military in Spain had effectively been removed from the direct exercise of political power.
Y, siguiendo con el relato de Stepan, el poder de las autoridades civiles para hacer frente a la intentona estaba bien establecido: The process of gradual civilian empowerment for over a decade has allowed the government to address in routine ways situations that might have otherwise deteriorated [...] Nowhere was the dialectic of civilian power creation and the narrowing of military prerogatives clearer than in the case of the trials that followed the February 1981 coup attempt. The government was massively backed after the coup attempt by demonstrations in the street. Public-opinion polls clearly showed that the military claim to represent a silent majority was false. Only 2 percent of the Spaniards who were polled said they were in favor of military government. The previously established right of appeal to the highest civilian courts enabled the government to appeal rapidly the light sentences the convicted military rebels received. In the judgment of Juan Linz, the 1983 appeal trial and the attendant publicity were highly benefical for the consolidation of democracy. New costs for military attempts to usurp power had been established, and civilian prerogatives to control the military democratically were asserted and accepted. El Tejerazo fue un intento de golpe de Estado aislado como pocas veces se ha visto, casi ridículo, cuya mejor dramatización la plasmó Alex en su genial Muertos de Risa.
Apoyar a Tejero no hubiera sido muestra de golpismo, sino de una desconexión cabal con la realidad. Por el contrario, el Tejerazo fue funcional a la Corona, no ya para deponer a la democracia, sino para consolidar su posición ante el nuevo escenario legitimando su rol frente a la sociedad a costos irrisorios; más aún, con un espíritu un poco conspirativo hasta se podría pensar que fue propiciado por sectores monárquicos. Pero al Coronel el pensamiento conspirativo no le gusta, más bien le parece irracionalista y auto-evidente.
Consecuente con estas condiciones de aparición, durante tres décadas la Corona y sus voceros oficiosos se han dedicado a hablar del Sr. de Borbón como un artífice de la transición, a fin de ocultar su naturaleza profunda: se trata de una transacción en la negociación entre sectores pro-regimen y civiles pro-democracia. Entonces, la estrategia de la Corona y sus voceros es llenar en términos simbólicos su presencia, cargándolo de sentido y evitando verlo como una "posición de equilibrio" que por pasada puede ya no serlo más. Y esta estructura discursiva atrapa a no pocos sinceros demócratas que argumentan sobre la transición en los términos del discurso construido para la legitimación de la corona en democracia (el rey como artífice), sin ver que hay que deconstruir ese discurso y presentar el proceso en sus términos reales (el rey como costo).
Annus horribilis
El que pasó fue, quién puede dudarlo, un annus horribilis para la Corona, que como nunca apareció asediada en todos los frentes. Tal como decíamos acá, la política doméstica le deparó numerosos dolores de cabeza: revistas satíricas mofándose de la familia real, seguido del secuestro de ejemplares y de la persecusión penal de sus humoristas; mútiples mitines con el sólo objeto de quemar fotografías reales, con la consiguiente persecusión penal de militantes políticos; medios de prensa obligados a violentar el secreto profesional para castigar opositores a la monarquía; dirigentes políticos electos que se animan a hacer planteos en la propia cara del rey; la Corona haciendo lobby para que las empresas editoriales mantengan bajo control lo que sus periodistas dicen al aire o escriben en sus columnas; y, como si todo esto fuera poco, el mismo rey Juan Carlos tiene que salir a defender su trabajo hablando de todos los logros que, gracias a su generosa intervención, ha alcanzado la democracia española en estas tres décadas. A plena luz del día, crujen los cimientos de la monarquía española.
Pero tampoco su familia ayudó con el divorcio de la Infanta Elena. No caben dudas que esta sería una cuestión privada irrelevante, de la que sólo se ocuparían un puñado de revistas del corazón. No obstante, la cosa no es tan así cuando se trata de una figura (la Corona) que se presenta a sí misma como la quintaesencia de una nación y de una fe, que pretenden ser dos caras de la misma cosa.
Sin embargo, el frente internacional fue el encargado de despedir el año con el ya trillado “¿Por qué no te callas?”. Este exabrupto, en principio un hecho menor, acabó con la sistemática política de la Corona de presentarse por encima de todo conflicto y, así, sólo mostrarse en situaciones agradables o festivas, sea una foto con Nadal victorioso en Roland Garros o una imagen televisiva despidiendo a un grupo de médicos que van a brindar asistencia ante algún desastre natural, en algún remoto rincón del tercer mundo. Pero un exabrupto que, tal como se encargó de remarcarlo José Pablo Feinmann en esta columna memorable, prueba todo el anacronismo real:
Un rey, durante estos días, perdió los estribos durante una Cumbre Iberoamericana que se realizó en Chile. Tenía ante sí a un presidente latinoamericano, oscurito para colmo, con rasgos de indígena y que hace un uso brillante del Verbo. [...] hay que decir que en cuanto al Verbo, en cuanto a la palabra, Chávez lo maneja infinitamente mejor que el rey. Quien sólo fue capaz de una rabieta inadecuada, de una ira de monarca en tierra de salvajes: “¿Por qué no te callas?”, célebremente ya le dijo a Chávez. Toda la historia del colonialismo late en esa frase. Basta de usar el Verbo, tú, hijo de indígenas, descendiente de esclavos. Es un rey europeo el que te lo ordena. Un descendiente de colonizadores, de osados aventureros que os han descubierto para la Historia, de una civilización que ha puesto el Verbo en tu bocaza insolente. Chávez es un orador brillante. Podemos creerle o no. Pero el monarca que pretendió hacerlo callar sólo es un ente arqueológico, aturdido, un rescoldo de tiempos ásperos y viejos que sólo sabe dar órdenes a quienes considera naturalmente (y por tradición) inferiores a él. Qué sorpresa, sin embargo, majestad. Ahí, frente a usted, un indígena levantisco usa el Verbo en su contra, él, a quienes ustedes se lo entregaron como gracia de Dios, lo usa mejor que ustedes y los saca de las casillas, los arroja a la indignidad de los malos modales, lo transforma, a usted, majestad, en un rey que pierde los estribos ante un vasallo que le moja la oreja, qué deshonor, qué vergüenza ante la historia, ante su linaje, debiera usted, acaso, pensarlo bien y luego, elegantemente, abdicar.
Legado de la victoria del bando nacional y de cuarenta años de dictadura franquista, queridos amigos, estos son los reyes de este mundo.
[La fotografía inicial corresponde a 20 minutos y la encuentran acá]
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