Un fantasma recorre incesantemente la política española reciente, aunque nadie se anima a pronunciar su nombre.
Las últimas semanas nos han regalado una abundante serie de imágenes que, una y otra vez, presentan a la Corona como una ciudadela sitiada y asediada: revistas satíricas mofándose de la familia real, seguido del secuestro de ejemplares y de la persecusión penal de sus humoristas; mútiples mitines con el sólo objeto de quemar fotografías reales, con la consiguiente persecusión penal de militantes políticos; medios de prensa obligados a violentar el secreto profesional para castigar opositores a la monarquía; dirigentes políticos electos que se animan a hacer planteos en la propia cara del rey; la Corona haciendo lobby para que las empresas editoriales mantengan bajo control lo que sus periodistas dicen al aire o escriben en sus columnas; y, como si todo esto fuera poco, el mismo rey Juan Carlos tiene que salir a defender su trabajo hablando de todos los logros que, gracias a su generosa intervención, ha alcanzado la democracia española en estas tres décadas.
A plena luz del día, crujen los cimientos de la monarquía española. Pero, como decía el pelado, mejor no hablar de ciertas cosas.
Las últimas semanas nos han regalado una abundante serie de imágenes que, una y otra vez, presentan a la Corona como una ciudadela sitiada y asediada: revistas satíricas mofándose de la familia real, seguido del secuestro de ejemplares y de la persecusión penal de sus humoristas; mútiples mitines con el sólo objeto de quemar fotografías reales, con la consiguiente persecusión penal de militantes políticos; medios de prensa obligados a violentar el secreto profesional para castigar opositores a la monarquía; dirigentes políticos electos que se animan a hacer planteos en la propia cara del rey; la Corona haciendo lobby para que las empresas editoriales mantengan bajo control lo que sus periodistas dicen al aire o escriben en sus columnas; y, como si todo esto fuera poco, el mismo rey Juan Carlos tiene que salir a defender su trabajo hablando de todos los logros que, gracias a su generosa intervención, ha alcanzado la democracia española en estas tres décadas.
A plena luz del día, crujen los cimientos de la monarquía española. Pero, como decía el pelado, mejor no hablar de ciertas cosas.
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