Segundo posteo post-electoral, en este caso para deternernos ante los restos mortales de alguien que supo atraer a uno de cada cinco votantes argentinos hace apenas cuatro años y el domingo a duras penas cosechó un magro (magrísimo) 1.45% de los votos. Don Ricardo Hipólito reunió unos 264 mil y pico de votos, con su previsible mejor registro en la Capital Federal (3.95%). Y, en consecuencia, quedó detrás de Pino Solanas y Jorge Sobisch. Honestamente, no estoy seguro si la palabra "fracaso" alcanza para describir tamaña capacidad de dilapidar votos.
¿Cómo explicarlo? Don Ricardo Hipólito había alcanzado una performance notable para un partido de centro-derecha liberal en las elecciones presidenciales de 2003, cuando alcanzó un tercer lugar no demasiado distante del segundo puesto (y, a la postre, ganador). Sin embargo, nunca se está más cerca de la decadencia como cuando se ha alcanzado el esplendor y ese día marcó un punto de inflexión irreversible:
a.) el extraño calendario electoral de aquel año, donde el adelantamiento de la fecha evitó la concurrencia electoral, le impidió que su performance presidencial se trasladara a las elecciones legislativas; es decir, el presidencialismo argentino mostró su rostro más winner-takes-all, haciendo honor al profesor Linz;
b.) cometiendo un error estratégico colosal, con el resultado presidencial aún caliente, tomó la decisión de no encabezar ninguna boleta legislativa, dejando disponible a una importante masa de votantes;
c.) aprendida la lección de 2003, en las últimas elecciones legislativas cayó en la cuenta que para liderar la oposición necesitaba acumular recursos institucionales, pero como los economistas jamás leen a Duverger, tomó una apuesta equivocada: competir por una senaduría en la provincia de Buenos Aires, con todos las implicancias que las competencias mayoritarias tienen para los partidos chicos, en el momento en que el peronismo bonaerense estaba librando la madre de todas las batallas entre el duhaldismo y el kirchnerismo; es decir, la cuesta más empinada en el distrito equivocado en el momento menos oportuno; y,
d.) por último, confió en Macri, reviviendo la fábula del Escorpión y la Rana: cuando el escorpión le pidió a la rana que lo cruce al otro lado del río, la rana confió en alguien que no podía hacer otra cosa que traicionarlo.
El último tren lo perdió en su frustrado acuerdo con Carrió, que le hubiera permitido colocarse en una posición expectable en una boleta con posibilidades reales. En lugar de eso optó por confiar, una vez más, en un socio con una estructura de prioridades por completo incompatible, más preocupado por minimizar cualquier desgaste que en construir una opción más allá de los bordes de la ciudad. Largo tiempo atrás, aquí y aquí, decíamos que el macrismo era apenas una expresión de vecinalismo, que disimula su carácter específico porque es vecinalismo en un distrito grande (no es lo mismo ser vecinalista en Trenque Lauquen), en el que además están asentados todos los medios de comunicación de alcance nacional.
En esa lógica vecinalista, lo racional es desprederse de cualquier figura que pueda generar desgastes innecesarios, de la misma manera que se deshizo de Blumberg con el affaire del título. Y, esquivando charcos, no vaya a ser que nos embarremos los zapatitos blancos, el macrismo dilapidó al menos medio millón de votos en su distrito estrella: no pudo sacar ni siquiera la senaduría por la minoría, cuando ayer nomás eran los dueños de la parada. En fin, se vé que mejor no polemizar mucho con los Kirchner, mejor no levantar mucho polvo, que en pocos días agarramos el gobierno porteño y vamos a tener que convivir durante cuatro años.
En política, como en otro terreno, se pueden cometer errores. Pero no tantos. Ni tan estúpidos. Último episodio de la historia de Don Ricardo Hipólito. This is the end. My only friend, the end.
¿Cómo explicarlo? Don Ricardo Hipólito había alcanzado una performance notable para un partido de centro-derecha liberal en las elecciones presidenciales de 2003, cuando alcanzó un tercer lugar no demasiado distante del segundo puesto (y, a la postre, ganador). Sin embargo, nunca se está más cerca de la decadencia como cuando se ha alcanzado el esplendor y ese día marcó un punto de inflexión irreversible:
a.) el extraño calendario electoral de aquel año, donde el adelantamiento de la fecha evitó la concurrencia electoral, le impidió que su performance presidencial se trasladara a las elecciones legislativas; es decir, el presidencialismo argentino mostró su rostro más winner-takes-all, haciendo honor al profesor Linz;
b.) cometiendo un error estratégico colosal, con el resultado presidencial aún caliente, tomó la decisión de no encabezar ninguna boleta legislativa, dejando disponible a una importante masa de votantes;
c.) aprendida la lección de 2003, en las últimas elecciones legislativas cayó en la cuenta que para liderar la oposición necesitaba acumular recursos institucionales, pero como los economistas jamás leen a Duverger, tomó una apuesta equivocada: competir por una senaduría en la provincia de Buenos Aires, con todos las implicancias que las competencias mayoritarias tienen para los partidos chicos, en el momento en que el peronismo bonaerense estaba librando la madre de todas las batallas entre el duhaldismo y el kirchnerismo; es decir, la cuesta más empinada en el distrito equivocado en el momento menos oportuno; y,
d.) por último, confió en Macri, reviviendo la fábula del Escorpión y la Rana: cuando el escorpión le pidió a la rana que lo cruce al otro lado del río, la rana confió en alguien que no podía hacer otra cosa que traicionarlo.
El último tren lo perdió en su frustrado acuerdo con Carrió, que le hubiera permitido colocarse en una posición expectable en una boleta con posibilidades reales. En lugar de eso optó por confiar, una vez más, en un socio con una estructura de prioridades por completo incompatible, más preocupado por minimizar cualquier desgaste que en construir una opción más allá de los bordes de la ciudad. Largo tiempo atrás, aquí y aquí, decíamos que el macrismo era apenas una expresión de vecinalismo, que disimula su carácter específico porque es vecinalismo en un distrito grande (no es lo mismo ser vecinalista en Trenque Lauquen), en el que además están asentados todos los medios de comunicación de alcance nacional.
En esa lógica vecinalista, lo racional es desprederse de cualquier figura que pueda generar desgastes innecesarios, de la misma manera que se deshizo de Blumberg con el affaire del título. Y, esquivando charcos, no vaya a ser que nos embarremos los zapatitos blancos, el macrismo dilapidó al menos medio millón de votos en su distrito estrella: no pudo sacar ni siquiera la senaduría por la minoría, cuando ayer nomás eran los dueños de la parada. En fin, se vé que mejor no polemizar mucho con los Kirchner, mejor no levantar mucho polvo, que en pocos días agarramos el gobierno porteño y vamos a tener que convivir durante cuatro años.
En política, como en otro terreno, se pueden cometer errores. Pero no tantos. Ni tan estúpidos. Último episodio de la historia de Don Ricardo Hipólito. This is the end. My only friend, the end.
2 comentarios:
Me da algo de pena el bulldog. Realmente se equivocó al aliarse con Macri, alianza que siempre critiqué.
Celebro la referencia musical y sobre todo a tan buen grupo como los Doors.
Ahora la pregunta que me hago es qué carajo ganó Macri cagando a LM de esa forma: sumó poquísimos legisladores en su distrito estrella; Carrió demostró que puede sumar tantos votos como Macri en Capital; el gobierno comprobó que los votos no son de Macri (cosa que ya todos sospechábamos), motivo por el cual ya lo está ninguneando en su eterna peregrinación por la policía; etc.
Es decir, perdió en todos los frentes. Alguien me explica cuál fue la idea de no competir? Duran Barba le recomendó tres meses en un Spa en Paris? Quién es el cerebro estratégico del macrismo? Alguien está al mando?
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