Ya ha pasado medio siglo desde que Kenneth Arrow publicó su ya clásico Social Choice and Individual Values (1951). En este conocido y muy citado trabajo, el profesor Arrow presentaba un dilema crucial para entender, siguiendo un típico modelo de rational choice, las tensiones que enfrenta toda oferta electoral. Sintetizando (quizás en exceso) un poco las cosas, el modelo asume que ante una política/decisión determinada existen tres opciones y, por lo tanto, tres posibles posiciones frente al problema, que podemos ordenar de la siguiente forma:
En el caso que una opción goce de apoyo mayoritario, sus votantes podrían derrotar en soledad a los votantes de todas las otras opciones juntas y en ese caso la toma de decisiones sería sencilla: el gobierno puede elegir "h" a sabiendas que el apoyo político del grupo A es suficiente. Por el contrario, si ninguna alternativa goza por sí de apoyo mayoritario, el proceso de decisión gubernamental es inestable: si el gobierno elige "h", atraerá a los votos del grupo A, pero los votantes B y C prefieren "j" antes que "h". ¿Qué opciones tiene el gobierno ante este escenario para llevar adelante su agenda? Ofrecer a un segundo grupo de votantes beneficios en una segunda política, digamos en otra arena, a cambio de los sacrificios en este terreno. Por caso, para el grupo C, "h" es un second best, por lo cual la transacción sería factible.(*)
Por supuesto, esta forma de resolver el dilema de Arrow no siempre está disponible, por constreñimientos reales; o en otras el gobierno es quien la descarta en tanto estima que no es necesaria al suponer que cuenta con los votos necesarios para avanzar con su agenda. En primer lugar, la negociación puede verse reducida a una sola arena y las divisiones alrededor de este asunto quedarán desnudas. No obstante, aun así la victoria opositora no es segura, porque, tal como nos enseña Gary Cox, la coordinación estratégica no resulta en sí sencilla y el gobierno podría vencer apoyado en una primera minoría, aprovechando las divisiones ajenas. ¿Qué ocurre si la competencia se concentra en una sola arena y las opciones se reducen a dos, digamos a favor y en contra de la posición del gobierno? En ese caso, como Rovira bien sabe, el gobierno podría estar cavando su propia tumba.
Alguno se estará preguntando a qué viene todo esto. Y la respuesta a esa razonable inquisición es que, si uno utiliza este marco para analizar lo ocurrido en el reciente referéndum constitucional venezolano, podría llegar a la conclusión opuesta a la que arribaron mis amigos de The Economist: Chávez no estaría en el principio del fin, sino en las puertas de un ajuste de su trayectoria; por supuesto, si no hay ningún ajuste...
El proyecto de reforma constitucional incluía cambios en numerosos artículos, pero en su amplia mayoría los retoques jugaban en una misma dimensión: la concentración de poder en el Ejecutivo nacional. En particular, de haber sido aprobada la nueva constitución, relevantes actores en la articulación de una coalición política nacional (léase, autoridades locales) hubieran visto escurrirse entre los dedos su poder político, sin recibir ninguna satisfacción equivalente. En este contexto, no parece difícil explicar porqué sectores claves en la coalición chavista, para usar las propias palabras de Hugo Chávez, "dejaron pasar el balon": la reforma los liquidaba como actor político a cambio de "lealtad" con el líder. Más aún, en este modelo de Arrow, es fácil comprender porqué, omitiendo circunstancias de crisis muy profundas como las que liquidaron a la República de Weimar, es virtualmente imposible establecer una régimen autoritario por vías exclusivamente electorales.(**)
Sin embargo, Chávez aun tiene un margen inmenso para modificar su trayectoria y recuperar esos tres millones de votos que perdió entre la elección presidencial un año atrás y el referéndum. Por un lado, puede abrir el abanico político hacia arenas no incluidas en el proyecto de reforma rechazado, incluyendo en el nuevo menú ofertas para los sectores descontentos de la coalición, a la vez dando de baja los temas más gravosos (y, posiblemente, inaceptables) para muchos socios. Es decir, recuperar terreno por vía de la moderación. Por otro lado, puede asumir que su reelección no será posible e intentar institucionalizar el movimiento chavista a fin que un eventual nuevo presidente no lo borre del mapa mediante los mismos instrumentos que él mismo ha concentrado en el Ejecutivo. En cualquier caso, no voy a pecar de ingenuo: por más racional que resulte a primera vista, este último curso de acción es infinitas veces menos esperable que el primero, pero también es posible.
Ah, me olvidaba: en la Isla Margarita, como pueden ver acá, ganó el "NO". Dicen que por esas playas Arrow fue visto tomando unos Mojitos, algún tiempo atrás.
(*) Una crítica atendible a este razonamiento sería la distancia entre las posiciones. En esta versión sencilla del modelo las preferencias son sólo ordinales, pero si incluyeramos la intensidad de tales preferencias podría ser que el salto a la segunda opción fuera imposible.
(**) Yo sé que alguno va a vernir con contra-ejemplos ante esta afirmación y me parece bien. Sólo pido que noten la palabra "establecer"; no es lo mismo un régimen autoritario establecido por otras vías que, en un momento, abre la participación como válvulas de escape a la presión política.
Por supuesto, esta forma de resolver el dilema de Arrow no siempre está disponible, por constreñimientos reales; o en otras el gobierno es quien la descarta en tanto estima que no es necesaria al suponer que cuenta con los votos necesarios para avanzar con su agenda. En primer lugar, la negociación puede verse reducida a una sola arena y las divisiones alrededor de este asunto quedarán desnudas. No obstante, aun así la victoria opositora no es segura, porque, tal como nos enseña Gary Cox, la coordinación estratégica no resulta en sí sencilla y el gobierno podría vencer apoyado en una primera minoría, aprovechando las divisiones ajenas. ¿Qué ocurre si la competencia se concentra en una sola arena y las opciones se reducen a dos, digamos a favor y en contra de la posición del gobierno? En ese caso, como Rovira bien sabe, el gobierno podría estar cavando su propia tumba.
Alguno se estará preguntando a qué viene todo esto. Y la respuesta a esa razonable inquisición es que, si uno utiliza este marco para analizar lo ocurrido en el reciente referéndum constitucional venezolano, podría llegar a la conclusión opuesta a la que arribaron mis amigos de The Economist: Chávez no estaría en el principio del fin, sino en las puertas de un ajuste de su trayectoria; por supuesto, si no hay ningún ajuste...
El proyecto de reforma constitucional incluía cambios en numerosos artículos, pero en su amplia mayoría los retoques jugaban en una misma dimensión: la concentración de poder en el Ejecutivo nacional. En particular, de haber sido aprobada la nueva constitución, relevantes actores en la articulación de una coalición política nacional (léase, autoridades locales) hubieran visto escurrirse entre los dedos su poder político, sin recibir ninguna satisfacción equivalente. En este contexto, no parece difícil explicar porqué sectores claves en la coalición chavista, para usar las propias palabras de Hugo Chávez, "dejaron pasar el balon": la reforma los liquidaba como actor político a cambio de "lealtad" con el líder. Más aún, en este modelo de Arrow, es fácil comprender porqué, omitiendo circunstancias de crisis muy profundas como las que liquidaron a la República de Weimar, es virtualmente imposible establecer una régimen autoritario por vías exclusivamente electorales.(**)
Sin embargo, Chávez aun tiene un margen inmenso para modificar su trayectoria y recuperar esos tres millones de votos que perdió entre la elección presidencial un año atrás y el referéndum. Por un lado, puede abrir el abanico político hacia arenas no incluidas en el proyecto de reforma rechazado, incluyendo en el nuevo menú ofertas para los sectores descontentos de la coalición, a la vez dando de baja los temas más gravosos (y, posiblemente, inaceptables) para muchos socios. Es decir, recuperar terreno por vía de la moderación. Por otro lado, puede asumir que su reelección no será posible e intentar institucionalizar el movimiento chavista a fin que un eventual nuevo presidente no lo borre del mapa mediante los mismos instrumentos que él mismo ha concentrado en el Ejecutivo. En cualquier caso, no voy a pecar de ingenuo: por más racional que resulte a primera vista, este último curso de acción es infinitas veces menos esperable que el primero, pero también es posible.
Ah, me olvidaba: en la Isla Margarita, como pueden ver acá, ganó el "NO". Dicen que por esas playas Arrow fue visto tomando unos Mojitos, algún tiempo atrás.
(*) Una crítica atendible a este razonamiento sería la distancia entre las posiciones. En esta versión sencilla del modelo las preferencias son sólo ordinales, pero si incluyeramos la intensidad de tales preferencias podría ser que el salto a la segunda opción fuera imposible.
(**) Yo sé que alguno va a vernir con contra-ejemplos ante esta afirmación y me parece bien. Sólo pido que noten la palabra "establecer"; no es lo mismo un régimen autoritario establecido por otras vías que, en un momento, abre la participación como válvulas de escape a la presión política.
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