El Criador, que se las sabe lungas, ayer analizaba el voto del Congreso (bah, en realidad, de la Cámara de Representantes; hoy me levanté detallista) contra el proyecto de salvataje de la Administración Bush en términos de un "dilema del prisionero": a cada legislador, individualmente considerado, le conviene votar de acuerdo al calor popular (en contra), en especial cuando faltan pocas semanas para las elecciones legislativas (!!); y esperar que los votos ajenos (a favor) alcancen para aprobar el proyecto. Así, otros pagan el pato, pero todos comemos la cena. En cualquier caso, aquí hay un supuesto improbado: ¿realmente los legisladores creían que este paquete de medidas era técnicamente la solución más adecuada a la crisis? Si simplemente no lo creían, ahí no hay voto estratégico, sino pura ética de la convicción. Pero hagamos como que sí.
La situación plantea un dilema alrededor del problema de la información. Por un lado, la literatura convencional afirma que el voto nominal (es decir, saber qué vota cada legislador) favorece la disciplina partidaria, porque los jefes de bancada tienen la oportunidad de sancionar a los "desertores"; un trabajo bien conocido de Tomassi, Jones, Saiegh y Spiller analiza cómo funciona este mecanismo en el Congreso argentino. Los ingleses, que son muy directos, al encargado de controlar al rebaño le dicen whip. Sin embargo, si el poder del partido en el proceso de renominación es escaso, se relaja una condición teórica crucial y, quizás, la información comienza a operar en un sentido diferente.
La situación plantea un dilema alrededor del problema de la información. Por un lado, la literatura convencional afirma que el voto nominal (es decir, saber qué vota cada legislador) favorece la disciplina partidaria, porque los jefes de bancada tienen la oportunidad de sancionar a los "desertores"; un trabajo bien conocido de Tomassi, Jones, Saiegh y Spiller analiza cómo funciona este mecanismo en el Congreso argentino. Los ingleses, que son muy directos, al encargado de controlar al rebaño le dicen whip. Sin embargo, si el poder del partido en el proceso de renominación es escaso, se relaja una condición teórica crucial y, quizás, la información comienza a operar en un sentido diferente.
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Ahora bien, ¿cuánta información a mano del votante es adecuada? Suki seguro dirá mucha y, por eso, hace campaña diciendo que "Internet tiene que transformarse en LA herramienta para consagrar el derecho a saber". Más allá de este punto normativo, en términos empíricos aquí creemos que la cantidad de información puede modificar el comportamiento del legislador; siempre que vaya combinada con altos grados de movilización social y, más aún, grupos de presión organizados y movilizados.
Observemos algunos casos comparados. Tanto las leyes impulsadas por Blumberg (y sus masivas movilizaciones) como la reforma del Consejo de la Magistratura tuvieron alta repercusión pública, pero cuando el asunto tocaba fibras cruciales del poder, el kirchnerismo omitió las quejas y avanzó disciplinando a la tropa. Sin embargo, cuando al conocimiento público se sumaron actores movilizados, con la capacidad de presionar (algunos dirán apretar, otros escrachar; bueno, eso) a los legisladores, tal como ocurrió en el Affaire 125, aún cuando se trató de un proyecto considerado fundamental por el gobierno, el kirchnerismo tuvo problemas para asegurar la lealtad partidaria. Los riesgos que los legisladores percibían para sus carreras políticas fueron más amenazantes que el whip de turno.
Los amantes de la política de la anti-política, que aman que algunos voten leyes según lo que les dice el corazón antes que de acuerdo con lo que piensan (y parece boludo ponerse a aclarar que sentir y pensar son cosas diferentes), amarán también este escenario. Pero otros, como quien firma, que aman la política articulada alrededor de posiciones ideológicas, tienen muchas dudas al respecto.
El brillante Albert Hirschman, en un clásico trabajo de ciencia social, reflexionaba sobre los efectos de la movilización diciendo algo como ...it has long been an article of faith of political theory that the proper functioning of democracy requires a maximally alert, active, and vocal public. [...] Since the democratic system appeared to survive this apathy rather well, it became clear that the relations between political activism of the citizens and stable democracy are considerably more complex than had once been thought. As in the case of exit, a mixture of alert and inert citizens, or even an alternation of involvement and withdrawal, may actually serve democracy better than either total, permanent activism or total apathy. Reformulando a Hirschman, digamos que el funcionamiento de la democracia se verá fortalecido por la cantidad y calidad de la información del votante, ma non troppo. Votantes plenamente informados pueden significar la cima del cortoplacismo y la parálisis política.
Observemos algunos casos comparados. Tanto las leyes impulsadas por Blumberg (y sus masivas movilizaciones) como la reforma del Consejo de la Magistratura tuvieron alta repercusión pública, pero cuando el asunto tocaba fibras cruciales del poder, el kirchnerismo omitió las quejas y avanzó disciplinando a la tropa. Sin embargo, cuando al conocimiento público se sumaron actores movilizados, con la capacidad de presionar (algunos dirán apretar, otros escrachar; bueno, eso) a los legisladores, tal como ocurrió en el Affaire 125, aún cuando se trató de un proyecto considerado fundamental por el gobierno, el kirchnerismo tuvo problemas para asegurar la lealtad partidaria. Los riesgos que los legisladores percibían para sus carreras políticas fueron más amenazantes que el whip de turno.
Los amantes de la política de la anti-política, que aman que algunos voten leyes según lo que les dice el corazón antes que de acuerdo con lo que piensan (y parece boludo ponerse a aclarar que sentir y pensar son cosas diferentes), amarán también este escenario. Pero otros, como quien firma, que aman la política articulada alrededor de posiciones ideológicas, tienen muchas dudas al respecto.
El brillante Albert Hirschman, en un clásico trabajo de ciencia social, reflexionaba sobre los efectos de la movilización diciendo algo como ...it has long been an article of faith of political theory that the proper functioning of democracy requires a maximally alert, active, and vocal public. [...] Since the democratic system appeared to survive this apathy rather well, it became clear that the relations between political activism of the citizens and stable democracy are considerably more complex than had once been thought. As in the case of exit, a mixture of alert and inert citizens, or even an alternation of involvement and withdrawal, may actually serve democracy better than either total, permanent activism or total apathy. Reformulando a Hirschman, digamos que el funcionamiento de la democracia se verá fortalecido por la cantidad y calidad de la información del votante, ma non troppo. Votantes plenamente informados pueden significar la cima del cortoplacismo y la parálisis política.
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¿Será este el último post del Coronel? Honestamente, no lo sabemos. El "ritmo" (bueno, de alguna forma hay que llamarlo) de posteos durante septiembre es una prueba clara, muy clara, de cierto cansancio con el blog (este), con los blogs (en general) y con la blogósfera (como ámbito).
A fin de cuentas, ya cualquier pelotudo tiene un blog.
A fin de cuentas, ya cualquier pelotudo tiene un blog.