Un fin de semana
al palo, muy
al palo. Después, una semana de mucho laburo, incluyendo también al fin de semana pasado. Y cierto hartazgo de discutir la tensión gobierno-ruralistas. Ese rosario de motivos es para explicar una semana en que nos limitamos a postear pequeñas pastillas sobre temas varios, pero nada en serio: Así no hay blog que aguante.
Pero aquí volvemos al ruedo. En una
entrevista larga, casi interminable, pero interesantísima, el domingo pasado José Pablo Feinmann reflexionaba sobre numerosos temas políticos; entre ellos se destacaba la discusión sobre los conflictos que vive hoy el gobierno. ¿Cuáles son las líneas de fractura de la coyuntura actual? Según Feinmann, serían dos: la política de derechos humanos; y la decisión de intervenir en la economía. Las más fuertes resistencias a los Kirchner vendrían de los choques en estos dos frentes.
El primer tema no nos convence como una explicación global. La política de derechos humanos ha avanzado sin apuro pero sin pausa; y pocos han sido los actores interesados en salir al cruce del gobierno en este frente. Por el contrario, algunos años atrás, poco tiempo antes que Néstor Kirchner llegara a la presidencia, Alain Touraine proponía, durante una exposición en Buenos Aires, una activa política de derechos humanos como un elemento aglutinador ante la profunda crisis política de comienzos de la década. No dudo que algunas
personas pueden odiar mortalmente a los Kirchner por este motivo, pero en general, salvo que se avance con decisión sobre los socios civiles del Proceso, parece más un elemento aglutinador que divisor; parece tener más razón Touraine que Feinmann en este punto.
Sin embargo, el segundo conflicto parece una explicación más poderosa:
Lo que molesta de Cristina es que está llevando adelante un intervencionismo estatal: lo que se discute en la Argentina es si el Estado debe intervenir en la economía o no. Que sea soberbia es secundario. Menem era una bestia peluda y se lo bancaron.
En un
trabajo notable, Carles Boix discute la relación entre condiciones económicas, distribución y sustentabilidad de la democracia; y, en este marco, se detiene a analizar el rol de las instituciones políticas como catalizadores de un conflicto estructural subyacente:
A presidential system probably makes it easier for a single politician to behave as a harsh rent seeker and, in fact, from the perspective of the owners of the assets, as a bandit, than does a parlamentarian regime. Once she has won the presidential election, the incumbent, unencumbered by the opposition and being only partly (or discontinuousle) accountable to all other branches of government, may successfully seize most assets of the nation and impose a dictatorship. Correspondingly, to preempt the actions of the president, the congressional opposition or the armed forces, supposedly behaving as a moderating power, may decide to launch a coup.
En la medida que los recursos económicos están distribuidos en forma igualitaria o son fáciles de desplazar (fugar activos financieros es sencillo; por el contrario, la propiedad rural es inmóvil), el gobierno tiene menos estímulos para intervenir/redistribuir y las tensiones son bajas. Sin embargo, cuando la distribuición es desigual y los bienes son inmóviles, el gobierno tiene mayores presiones para redistribuir los activos de los ricos entre los pobres, por lo general elevando los impuestos aunque, en casos extremos, expropiando recursos. Ante este escenario, los sectores propietarios van a tener mayores motivos para "defenderse" mediante un cambio de régimen y el presidencialismo se muestra peor preparado para lidiar con estas tensiones "de clase". Este fenómeno se apreciaba en numerosas declaraciones recogidas por los medios durante el pico del conflicto, que con frecuencia se referían a los Kirchner como bandidos, que se habían alzado con la presidencia para saquear a
la gente.
It is only in exceptional cases that a given income distribution at the national level is uniformly distributed across the territory. On the contrary, in the most countries, each region or subterritory displays a different income distribution than the general distribution for the whole territory. [...]
In those circumstances, that is, whenever the distribution of assets at the national and subnational level is different, the chances that a democracy will prosper will vary with the level of tax centralization across subterritories. If income differences are high at the national level and there is a completely centralized tax system, redistributive tensions will be important and democracy will be contested by the populations concentrated in the richer areas.
Este frente del conflicto tardó en aparecer y, aún hoy, muchos lo presentan como una mera fachada del reclamo de clase, minimizándolo. Sin embargo, sería un error reducirlo, porque más allá de las ambiciones presidenciales de algunos gobernadores, efectivamente, las arcas provinciales sufren el alza de las retenciones por dos vías: a.) aumenta la recaudación de impuestos no coparticipables; y. b.) reduce la recaudación de otro coparticipable, como el impuesto a las ganancias, aunque la magnitud de esta reducción, dados los niveles de
informalidad del sector, es difícil de establecer
a priori. En este contexto, el
lockout rural reunió en un mismo haz múltiples conflictos, al cual se sumó prestamente un electorado que ya en octubre estaba
descontento (o, incluso,
odiaba militantemente) al kirchnerismo.
La jerga de Boix, hablando de
dictatorship,
contested democracy y
coups, suena extraña en el contexto actual, pero se explica porque su libro analiza un período muy largo de tiempo. Sin embargo, relajando un poco los términos, la idea de fondo es poderosa: las oportunidades de redistribución son más dificiles en sistemas presidencialistas de tipo federal, tal como el caso argentino; y aquellos gobiernos que intenten intervenir en el proceso de acumulación deberán estar preparados para soportar las turbulencias.
La posibilidad de una intervención autoritaria directa, digamos un golpe con todas las letras, es hoy remotísima, diría imposible. Sin embargo, el tipo de
golpismo que se esconde detrás del lockout rural no intenta reemplazar el sistema democrático
in toto, sino apenas liquidar su capacidad de intervención sobre el mercado, cerrando las puertas por un largo tiempo a toda posibilidad de un proyecto redistributivo.
En este blog pensamos que el kirchnerismo, más allá de su retórica de barricada, es socialmente conservador; y que detrás de las medidas que detonaron el conflicto aún abierto no hay más que medidas económicas de coyuntura (tanto fiscales como extrafiscales). No obstante, la puja de fondo va más allá de las estrechas metas kirchneristas; una derrota completa del gobierno, como las que parece estarse cocinando mientras la negociación gobierno-ruralistas se pierde en el jardín de los senderos que se bifurcan, significará el punto de quiebre final de la capacidad transformadora de esta gestión y el vaciamiento definitivo del kirchnerismo que, finalmente, terminará aguantando la parada como lo hizo Menem durante cuatro años. El
lockout rural parece haber respondido aquella
pregunta que nos hacíamos justo antes que se abrieran las urnas en octubre.