Las columnas políticas de La Nación siguen en su línea habitual, que podríamos describir como anti-kirchnerismo cortoplacista. En este caso es el turno de Fernando Laborda, que dice:
El laberinto de la oposición parece no tener salida. Dividida como está, la única estrategia posible parece pasar por la esperanza de que la marea que afronta Néstor Kirchner, impulsada por la crisis energética, los casos de corrupción y la fuga de capitales, le impida llegar a su esposa al 40 por ciento de los votos el 28 de octubre. El segundo paso de esa estrategia sería que los distintos candidatos opositores unan sus fuerzas en la eventual segunda vuelta.
Dos ideas que se esconden detrás de este argumento parecen lo suficientemente frágiles como para que puedan ser consumidas por un lector un poco informado sin tomarlas como operaciones de prensa de escaso valor.
A.) Del laberinto se sale en octubre o no se sale, lo cual desafía por completo las experiencias de construcción política de varios casos exitosos, tales como el PT en Brasil o el Frente Amplio en Uruguay. En estos casos, se apostó a un largo proceso de construcción política, ganando bancas y cargos ejecutivos en los niveles municipal y estadual, mediante el cual establecieron las bases de sustentabilidad del gobierno posterior. Incluso el PAN recurrió a una estrategia similar para perforar un regimen autoritario en su etapa de liberalización.
B.) La salida del laberinto pasa por juntar a todo lo que sea opositor, sin prestar atención a las diferencias e incopatibilidades entre lo que se está juntando. El resultado de esto es repetir una versión muy desmejorada de la Alianza. ¿Por qué desmejorada? Porque en ese caso se reunieron dos estructuras partidarias que (con todos sus problemas) tenían una existencia real, con liderazgos bien definidos, a partir de las cuales existían dirigentes medios con peso propio, con estructuras de militantes identificados, etc. Pero en este caso son apenas oportunistas que se agrupan alrededor de figuras electoralmente atractivas (sean progresistas como Carrió, liberales como López Murphy, centristas como Lavagna, barrioparquenses como Macri, etc.). Es decir, no sólo no existe una convergencia programática entre liderazgos afines, sino que ni siquiera existe una estructura partidaria mínima como para administrar el poder.
Como supongo que todo esto Laborda lo sabe, no puedo dejarme de preguntar qué pretende lograr.
El laberinto de la oposición parece no tener salida. Dividida como está, la única estrategia posible parece pasar por la esperanza de que la marea que afronta Néstor Kirchner, impulsada por la crisis energética, los casos de corrupción y la fuga de capitales, le impida llegar a su esposa al 40 por ciento de los votos el 28 de octubre. El segundo paso de esa estrategia sería que los distintos candidatos opositores unan sus fuerzas en la eventual segunda vuelta.
Dos ideas que se esconden detrás de este argumento parecen lo suficientemente frágiles como para que puedan ser consumidas por un lector un poco informado sin tomarlas como operaciones de prensa de escaso valor.
A.) Del laberinto se sale en octubre o no se sale, lo cual desafía por completo las experiencias de construcción política de varios casos exitosos, tales como el PT en Brasil o el Frente Amplio en Uruguay. En estos casos, se apostó a un largo proceso de construcción política, ganando bancas y cargos ejecutivos en los niveles municipal y estadual, mediante el cual establecieron las bases de sustentabilidad del gobierno posterior. Incluso el PAN recurrió a una estrategia similar para perforar un regimen autoritario en su etapa de liberalización.
B.) La salida del laberinto pasa por juntar a todo lo que sea opositor, sin prestar atención a las diferencias e incopatibilidades entre lo que se está juntando. El resultado de esto es repetir una versión muy desmejorada de la Alianza. ¿Por qué desmejorada? Porque en ese caso se reunieron dos estructuras partidarias que (con todos sus problemas) tenían una existencia real, con liderazgos bien definidos, a partir de las cuales existían dirigentes medios con peso propio, con estructuras de militantes identificados, etc. Pero en este caso son apenas oportunistas que se agrupan alrededor de figuras electoralmente atractivas (sean progresistas como Carrió, liberales como López Murphy, centristas como Lavagna, barrioparquenses como Macri, etc.). Es decir, no sólo no existe una convergencia programática entre liderazgos afines, sino que ni siquiera existe una estructura partidaria mínima como para administrar el poder.
Como supongo que todo esto Laborda lo sabe, no puedo dejarme de preguntar qué pretende lograr.
3 comentarios:
Midiendo como miden en las encuestas, puede seguir considerándose a Carrió, Lavagna y López Murphy figuras atractivas?
Digamos, no dije que muevan multitudes, pero al menos juntan un puñado de votos. Los oportunistas que se le pegan alrededor suman mucho menos.
Y por poco atractivos que sean, siguen siendo los candidatos más relevantes, a años luz de distancia de CFK, por supuesto.
Y es por ese antikirchnerismo cortoplacista (de paso, te felicito por el término) que ahora hay tantos dirigentes de la oposición y lectores de "La Nación" que impulsan a Macri a no asumir como jefe de Gobierno y lanzarse a competir por la Presidencia. O sea, algo igual o peor que lo que quiso hacer Bielsa con su banca de diputado en el 2005.
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