Mauricio, que sigue siendo Macri, representa una incomodidad irresoluble para la centro-izquierda argentina, muy en especial para aquella afincada en la gran aldea. Les resulta inentendible, inexplicable que un distrito donde el progresismo había vivido sus mejores horas, bastión que había albergado desde la elección del primer diputado socialista de todo el contiente hasta el último proyecto de construcción de centro-izquierda con pretensiones nacionales (FREPASO), ahora pudiera caer en manos de la derecha. Más aún, esa derecha ganó el distrito con una paliza, reduciendo al bueno de Filmus a un treinta y pico por ciento de los votos.
Esta incomodidad se manifiesta en una serie de comentarios que uno pudo encontrarse en los últimos días, más bien semanas, carentes de toda mesura. No es que fueran discursos de barricada, al estilo de la izquierda tradicional; sino que se trata más bien de nerviosas expresiones de malestar y frustración. En ellas pintan al macrismo en blanco y negro, sin matices, como si se tratara de una tragedia lamentable por completo. Llegan al extremo inverosimil de comparar el desalojo de los cartoneros con los métodos del bussismo en Tucumán o de calificarlo a él y sus votantes de fachos, que no significa otra cosa que fascistas; y luego sostienen el calificativo ante las previsibles respuestas.
¿A alguno de los que firma esas líneas se le ocurrió reflexionar sobre la distancia sideral que separa las prácticas represivas del Proceso con aquellas otras de un gobierno municipal en democracia? ¿Ni tampoco preguntarse dónde está los campos de Dachau y Treblinka del macrismo? If it is true that the concentration camps are the most consequential institution of totalitarian rule, "dwelling on horrors" would seem to be indispensable for the understanding of totalitarianism, dice acá Hannah Arendt. Tanto el calificativo de facho como el chiste de Paz (que ilustraba una nota de Verbitsky algún tiempo atrás) como aquella vieja nota de Feinmann remiten indefectiblemente a los campos de concentración, en un acto de desproporción que se transforma rápidamente en un boomerang.
Y aquí estamos en el punto central del posteo: la desproporción como boomerang. Estas pinturas en blanco y negro son una tragedia para la izquierda.
Tal como decíamos en un posteo anterior, la centro-izquierda porteña parece agobiada por sus propios fantasmas y fracasos, por lo cual, en lugar de repensarse tras el estruendoso fracaso de años de gestión progresista, opta por un ataque sin grises por medio del cual divide el terreno político en términos maniqueos. Muchas veces aquí se ha dicho que nos desagrada el macrismo, pero una y otra vez nos sentimos obligados a recordarlo, porque escribimos con la sensación de que cualquier matiz será señalado como signo de una eventual condición de doble agente, seremos macristas ocultos bajo ropajes ajenos; o peor aún, seremos perejiles funcionales a la derecha.
Si la centro-izquierda quiere recuperar la iniciativa necesita afinar sus categorías de análisis. Por lo pronto, dividir el electorado porteño entre un 39% de seres pensantes y un 61% de fascistas potenciales parece poco útil y, por otro lado, obliga a pensar que a los progres también los votaban fascistas, porque sino no dan los números. Mejor sería pensar en los fracasos de la gestión, en las frustraciones de muchos votantes que esperaban respuestas y en cómo la corrupción condujo a la muerte de casi 200 pibes, porque esos son los puntos que liquidaron al progresismo porteño y no una conspiración de la derecha golpista. Armar con el pirómano resta, no lo duden. Y, last but not least, asumir que la alternancia es parte del juego democrático, por lo cual la elección de un candidato conservador debería ser asumida como posible, porque de otra forma la izquierda incorpora las categorías de la democracia restringida, donde algunos no tienen derecho efectivo a ganar elecciones.
Las ideologías no se acabaron; ni tampoco la historia. Pero ¿qué es la izquierda y qué es la derecha en el contexto actual? Los moldes ya no siguen siendo los mismos de antaño, pero conservan líneas de continuidad; si eso no fuera así, deberíamos reemplazar por completo los términos. El macrismo es la coronación de la derecha anti-política, canalizando en términos de gestión acéptica la idea casi expresa de un Estado mínimo, retraido sobre sí mismo. El espacio público no se negocia. La izquierda, por el contrario, debe intentar resignificar el rol de la política como potencia transformadora y al Estado como agente corrector de las desigualdades. Como escribe Sartori: La desigualdad puede atribuirse a designios divinos; la igualdad sólo puede ser resultado de los actos del hombre.
No tengo dudas que este es un posteo políticamente incorrecto, aunque otros han sido notoriamente más incorrectos aún. No dudo que algún lector se va a ofender y ya no regresará. Pero qué quieren que les diga. Tanta falta de matices ofende la inteligencia.
Esta incomodidad se manifiesta en una serie de comentarios que uno pudo encontrarse en los últimos días, más bien semanas, carentes de toda mesura. No es que fueran discursos de barricada, al estilo de la izquierda tradicional; sino que se trata más bien de nerviosas expresiones de malestar y frustración. En ellas pintan al macrismo en blanco y negro, sin matices, como si se tratara de una tragedia lamentable por completo. Llegan al extremo inverosimil de comparar el desalojo de los cartoneros con los métodos del bussismo en Tucumán o de calificarlo a él y sus votantes de fachos, que no significa otra cosa que fascistas; y luego sostienen el calificativo ante las previsibles respuestas.
¿A alguno de los que firma esas líneas se le ocurrió reflexionar sobre la distancia sideral que separa las prácticas represivas del Proceso con aquellas otras de un gobierno municipal en democracia? ¿Ni tampoco preguntarse dónde está los campos de Dachau y Treblinka del macrismo? If it is true that the concentration camps are the most consequential institution of totalitarian rule, "dwelling on horrors" would seem to be indispensable for the understanding of totalitarianism, dice acá Hannah Arendt. Tanto el calificativo de facho como el chiste de Paz (que ilustraba una nota de Verbitsky algún tiempo atrás) como aquella vieja nota de Feinmann remiten indefectiblemente a los campos de concentración, en un acto de desproporción que se transforma rápidamente en un boomerang.
Y aquí estamos en el punto central del posteo: la desproporción como boomerang. Estas pinturas en blanco y negro son una tragedia para la izquierda.
Tal como decíamos en un posteo anterior, la centro-izquierda porteña parece agobiada por sus propios fantasmas y fracasos, por lo cual, en lugar de repensarse tras el estruendoso fracaso de años de gestión progresista, opta por un ataque sin grises por medio del cual divide el terreno político en términos maniqueos. Muchas veces aquí se ha dicho que nos desagrada el macrismo, pero una y otra vez nos sentimos obligados a recordarlo, porque escribimos con la sensación de que cualquier matiz será señalado como signo de una eventual condición de doble agente, seremos macristas ocultos bajo ropajes ajenos; o peor aún, seremos perejiles funcionales a la derecha.
Si la centro-izquierda quiere recuperar la iniciativa necesita afinar sus categorías de análisis. Por lo pronto, dividir el electorado porteño entre un 39% de seres pensantes y un 61% de fascistas potenciales parece poco útil y, por otro lado, obliga a pensar que a los progres también los votaban fascistas, porque sino no dan los números. Mejor sería pensar en los fracasos de la gestión, en las frustraciones de muchos votantes que esperaban respuestas y en cómo la corrupción condujo a la muerte de casi 200 pibes, porque esos son los puntos que liquidaron al progresismo porteño y no una conspiración de la derecha golpista. Armar con el pirómano resta, no lo duden. Y, last but not least, asumir que la alternancia es parte del juego democrático, por lo cual la elección de un candidato conservador debería ser asumida como posible, porque de otra forma la izquierda incorpora las categorías de la democracia restringida, donde algunos no tienen derecho efectivo a ganar elecciones.
Las ideologías no se acabaron; ni tampoco la historia. Pero ¿qué es la izquierda y qué es la derecha en el contexto actual? Los moldes ya no siguen siendo los mismos de antaño, pero conservan líneas de continuidad; si eso no fuera así, deberíamos reemplazar por completo los términos. El macrismo es la coronación de la derecha anti-política, canalizando en términos de gestión acéptica la idea casi expresa de un Estado mínimo, retraido sobre sí mismo. El espacio público no se negocia. La izquierda, por el contrario, debe intentar resignificar el rol de la política como potencia transformadora y al Estado como agente corrector de las desigualdades. Como escribe Sartori: La desigualdad puede atribuirse a designios divinos; la igualdad sólo puede ser resultado de los actos del hombre.
No tengo dudas que este es un posteo políticamente incorrecto, aunque otros han sido notoriamente más incorrectos aún. No dudo que algún lector se va a ofender y ya no regresará. Pero qué quieren que les diga. Tanta falta de matices ofende la inteligencia.
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