La noticia rebotó en los medios alrededor de todo el mundo. Cuba es pequeña, pobre, olvidada, pero a pesar de eso la noticia corrió como un rumor en un pueblo chico. Porque la noticia es él; y no Cuba.
Ahora muchos han comenzado (y otros pronto comenzarán) a hablar del inicio de la "transición en Cuba". Es probable que, como dice acá Tokatlián, haya comenzado, simbólicamente, un período reformista. No obstante, en este blog queremos dejar planteadas nuestras dudas: aquí creemos que aún falta mucho para que ocurra aquello de que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba. Ambas piezas de la afirmación siguen apareciendo muy remotas.
Fidel no será una leyenda viva como el Che, porque a diferencia de este siempre cargará con la pesada mochila de la experiencia real del socialismo y no sólo de sus sueños. La Revolución fue un evento cargado de anhelos, valores y esperanzas. El resultado, sin embargo, a casi 50 años de distancia, se encuentra muy lejos de aquellas expectativas, quizás irrealizables.
El resultado ha sido, quién puede dudarlo, dilemático. No hay ninguna duda que es mejor ser pobre en Cuba que en cualquier otro lugar de América Latina. Pero transformar la sociedad en una gran prisión es algo que repugna a las raíces liberales del pensamiento progresista, tal como lo prueba el universal rechazo que la represión cubana genera entre la socialdemocracia europea.
Quien mejor reflejó esta situación irremediáblemente dilemática fue Alan Knight hace algunos años al reflexionar sobre las tradiciones democráticas y revolucionarias en América Latina:
Aún cuando puedan derribar regímenes autoritarios, hacer alarde de metas democráticas y, en algunos casos (v.g., Bolivia, 1952), lograr auténticos avances en participación democrática, también coartan y desafían la democracia (procesal) en dos aspectos principales, uno económico y otro político.
En primer lugar, los regímenes revolucionarios podrían optar por un trueque entre democracia y mejoramiento material, aduciendo que lo segundo es más crucial (el alimento es más importante que las libertades), y que en una supuesta situación de suma cero, las dos no son posibles al mismo tiempo: la democracia procesal inhibiría la redistribución, por lo que un estado genuinamente redistribucionista deberá, por lo tanto, liberarse de su "dependencia estructural del capital" y lograr un alto grado de autonomía; en otras palabras, autonomía de tanto el capital interno como internacional. Este argumento adolece de un paternalismo inherente (cuando las cosas se ponen difíciles no se puede confiar en que las masas voten por un gobierno redistributivo); pero también muestra un cierto grado de realismo (el capital es perfectamente capaz de desestabilizar los gobiernos redistribucionistas: basta observar el destino de Arbenz y Allende). Cuba a sobrevivido a la desestabilización, pero a un costo tal que el mejoramiento material prometido por la revolución -es decir, el quid pro quo implícito por la pérdida de una defectuosa pero real "tradición" democrática- ha sido bastante limitado. Si el trueque valió la pena, como dije anteriormente, es algo que los cubanos deben decidir.
En segundo lugar, los regímenes revolucionarios pueden desechar la democracia procesal aduciendo la razón (política) de que es un sucedáneo burgués y que algo mejor -algo más directo, popular y orgánico- es lo que (implícita o explícitamente) se está ofreciendo. Éste puede ser un argumento válido, pero tiende a tropezar con la ley de rendimiento decreciente. Las revoluciones (en México, Bolivia, Nicaragua) han depuesto regímenes estrechos, oligárquicos, seudodemocráticos y, al mismo tiempo han expandido la democracia procesal y han logrado un empoderamiento más amplio de grupos subalternos (por medio de escuelas, sindicatos, ligas campesinas, partidos políticos). El "empoderamiento" y la "democratización informal", por lo tanto, significan algo y no son meras justificaciones del autoritarismo de izquierda. Sin embargo, son difíciles de medir (de ahí mi inseguridad con respecto a Cuba -o, a decir verdad, cualquier lugar fuera de México) y tiende a desvanecerse con el tiempo. Son producto de situaciones revolucionarias -acontecimientos inusuales, esporádicos, con un horizonte temporal- que son difíciles de institucionalizar. [...] En el mediano y largo plazo, por lo tanto, las razones que aducen que se trata de una democracia superior y orgánica comienzan a sonar como palabras huecas y la aburrida y vieja democracia burguesa comienza a ejercer una renovada fascinación.
La eventual transición de Cuba hacia la democracia deberá partir, indefectiblemente, de esta situación dilemática. Más aún, tal transición, en el caso que ocurriera, deberá sobrevivir en un ambiente inapropiado: no sólo difícilmente pueda contar con el apoyo de una activa sociedad civil, sino que también se encontrará con los herederos del régimen instalados en todos los resortes del poder institucional y para-institucional, desde los militares a la burocracia, pasando por el Partido y la interminable red de CDR. Nada está dicho.
[La secuencia de imágenes, acá]
Ahora muchos han comenzado (y otros pronto comenzarán) a hablar del inicio de la "transición en Cuba". Es probable que, como dice acá Tokatlián, haya comenzado, simbólicamente, un período reformista. No obstante, en este blog queremos dejar planteadas nuestras dudas: aquí creemos que aún falta mucho para que ocurra aquello de que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba. Ambas piezas de la afirmación siguen apareciendo muy remotas.
Fidel no será una leyenda viva como el Che, porque a diferencia de este siempre cargará con la pesada mochila de la experiencia real del socialismo y no sólo de sus sueños. La Revolución fue un evento cargado de anhelos, valores y esperanzas. El resultado, sin embargo, a casi 50 años de distancia, se encuentra muy lejos de aquellas expectativas, quizás irrealizables.
El resultado ha sido, quién puede dudarlo, dilemático. No hay ninguna duda que es mejor ser pobre en Cuba que en cualquier otro lugar de América Latina. Pero transformar la sociedad en una gran prisión es algo que repugna a las raíces liberales del pensamiento progresista, tal como lo prueba el universal rechazo que la represión cubana genera entre la socialdemocracia europea.
Quien mejor reflejó esta situación irremediáblemente dilemática fue Alan Knight hace algunos años al reflexionar sobre las tradiciones democráticas y revolucionarias en América Latina:
Aún cuando puedan derribar regímenes autoritarios, hacer alarde de metas democráticas y, en algunos casos (v.g., Bolivia, 1952), lograr auténticos avances en participación democrática, también coartan y desafían la democracia (procesal) en dos aspectos principales, uno económico y otro político.
En primer lugar, los regímenes revolucionarios podrían optar por un trueque entre democracia y mejoramiento material, aduciendo que lo segundo es más crucial (el alimento es más importante que las libertades), y que en una supuesta situación de suma cero, las dos no son posibles al mismo tiempo: la democracia procesal inhibiría la redistribución, por lo que un estado genuinamente redistribucionista deberá, por lo tanto, liberarse de su "dependencia estructural del capital" y lograr un alto grado de autonomía; en otras palabras, autonomía de tanto el capital interno como internacional. Este argumento adolece de un paternalismo inherente (cuando las cosas se ponen difíciles no se puede confiar en que las masas voten por un gobierno redistributivo); pero también muestra un cierto grado de realismo (el capital es perfectamente capaz de desestabilizar los gobiernos redistribucionistas: basta observar el destino de Arbenz y Allende). Cuba a sobrevivido a la desestabilización, pero a un costo tal que el mejoramiento material prometido por la revolución -es decir, el quid pro quo implícito por la pérdida de una defectuosa pero real "tradición" democrática- ha sido bastante limitado. Si el trueque valió la pena, como dije anteriormente, es algo que los cubanos deben decidir.
En segundo lugar, los regímenes revolucionarios pueden desechar la democracia procesal aduciendo la razón (política) de que es un sucedáneo burgués y que algo mejor -algo más directo, popular y orgánico- es lo que (implícita o explícitamente) se está ofreciendo. Éste puede ser un argumento válido, pero tiende a tropezar con la ley de rendimiento decreciente. Las revoluciones (en México, Bolivia, Nicaragua) han depuesto regímenes estrechos, oligárquicos, seudodemocráticos y, al mismo tiempo han expandido la democracia procesal y han logrado un empoderamiento más amplio de grupos subalternos (por medio de escuelas, sindicatos, ligas campesinas, partidos políticos). El "empoderamiento" y la "democratización informal", por lo tanto, significan algo y no son meras justificaciones del autoritarismo de izquierda. Sin embargo, son difíciles de medir (de ahí mi inseguridad con respecto a Cuba -o, a decir verdad, cualquier lugar fuera de México) y tiende a desvanecerse con el tiempo. Son producto de situaciones revolucionarias -acontecimientos inusuales, esporádicos, con un horizonte temporal- que son difíciles de institucionalizar. [...] En el mediano y largo plazo, por lo tanto, las razones que aducen que se trata de una democracia superior y orgánica comienzan a sonar como palabras huecas y la aburrida y vieja democracia burguesa comienza a ejercer una renovada fascinación.
La eventual transición de Cuba hacia la democracia deberá partir, indefectiblemente, de esta situación dilemática. Más aún, tal transición, en el caso que ocurriera, deberá sobrevivir en un ambiente inapropiado: no sólo difícilmente pueda contar con el apoyo de una activa sociedad civil, sino que también se encontrará con los herederos del régimen instalados en todos los resortes del poder institucional y para-institucional, desde los militares a la burocracia, pasando por el Partido y la interminable red de CDR. Nada está dicho.
[La secuencia de imágenes, acá]
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