viernes, febrero 15, 2008

...y con el cura qué hacemos?

Algunos días atrás, en letras de molde que sugerían un tsunami u otra catástrofe de proporciones indescriptibles, la portada de un centenario diario porteño indicaba que el gobierno evaluaba suprimir el obispado castrense. Sin embargo, esta portada tiene un sentido mucho más defensivo que aquella otra de Clarín resaltada algún tiempo atrás; si la primera, tal como decíamos entonces, tenía apariencia de cortina de humo, la más reciente transmite una idea bien diferente, una idea de "corran a las trincheras que vienen estos zurdos comecuras".

En días previos, otras noticias también llamaron la atención sobre la relación entre política y fe. Por un lado, el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, primado de la Iglesia de Inglaterra y de toda la fe anglicana, expresó que la adopción de elementos de la sharia en la ley británica serían inaceptables por los riesgos que acarrearía para la cohesión social. Algunos días antes, la Conferencia Episcopal Española lanzó un comunicado que enfureció al gobierno español, por considerarlo una intromisión en el proceso electoral en marcha.

¿Cómo explicar esta abrupta sucesión de choques en el frente Iglesia-Estado? Quizás tenga razón Inglehart en este paper cuando afirma que la transición hacia sociedades posmodernas, posmaterialistas implique un retorno a la fe y a la religión (aunque no necesariamente a las mismas de antaño, claro). En el caso que Inglehart tuviera razón, este asunto será un debate político crucial, porque esta tensión entre política y fe no será entonces una serie de esporádicos choques entre (para decirlo de algún modo) funcionarios y curas, sino la reaparición de un viejo clivaje en apariencia poco relevante; aunque, por supuesto, sería esperable que el mismo ya no se presente articulado en los términos tradicionales. Hoy el editorial de The Economist reflexiona sobre la misma pregunta, a partir de la polémica británica: The archbishop revived a debate that has exercised great minds for millennia: where to draw the dividing line between church and state.

Las revoluciones políticas de la Modernidad en Occidente establecieron como standard una línea divisoria en principio sencilla: el espacio público es laico y la religión queda reservada al espacio privado. En algunos países, principalmente en Europa, esta línea intentaba responder a las inumerables guerras de religión que habían asolado el continente, suprimiendo la fuente de todos los conflictos. Sin embargo, en otros casos, tal como ocurrió a lo largo de toda América Latina, la división intentaba apuntalar a.) la construcción del Estado, recuperando esferas públicas controladas por la Iglesia; y b.) el establecimiento de una economía capitalista, forzando su retiro en áreas centrales de la economía.

A partir de ese punto, el proceso no ha sido lineal: en ocasiones la fe se organizó en partidos políticos, compitiendo según las reglas del sistema político; de esto son testimonio los numerosos partidos democristianos europeos y latinoamericanos; pero, en otros casos, la fe (o mejor dicho, las organizaciones de los hombres que profesaban una fe) procuraron capturar las instituciones estatales, estableciendo así prerrogativas de tipo corporativo. El obispado castrense mencionado al inicio fue la coronación de un largo proceso de captura iniciado entre los '20 y los '30, según da cuenta acá Loris Zanatta.

En primer término, un punto de partita para el establecimiento de una base mínima de igualdad entre las múltiples creencias religiosas presentes en una sociedad es un efectivo desmonte de los sectores del Estado capturados por corporaciones establecidas. Ahora bien, este proceso de desmonte no es en sí mismo evidente, sino que abre la puerta a numerosas preguntas: ¿deben retirarse todas las expresiones de religiosidad o se debe garantizar igual acceso? La primera respuesta ha sido la respuesta liberal clásica y, en la Argentina, esta reacción laicista fue un elemento constituyente del ideario de la Generación del '80. Sin embargo, en los últimos tiempos, el debate parece encontrar adeptos de la segunda opción, quienes afirman que el ejercicio de la efectiva igualdad exige una intervención afirmativa, correctiva del Estado. Reformulando la pregunta: ¿la neutralidad es un proyecto en el punto de entrada o en el punto de salida?

El gobierno de CFK, en su proyecto de eliminación del obispado castrense, parece sugerir una mirada más cerca de la tradición liberal-laicista. Sin embargo, cuando su ministra de Salud dice que el problema del aborto no es un tema de su ministerio sino que es “un tema de política criminal”, el planteo se desdibuja: si la fe queda reservada a la esfera privada, por peso propio se impone una mirada pro-choice sobre el asunto. Más bien, la visión global parece ser la de un gobierno que no tiene ningún interés en articular una agenda sobre este tema, como si se tratara de un punto menor, cosa que aquí creemos (por los motivos apuntados arriba) debería reveer; que no quiere evitar la confrontación con los poderes corporativos establecidos, siempre que ellos no desafíen abiertamente su autoridad; y que la eliminación del obispado castrense (que desde aquí apoyamos en forma encendida) es sólo una represalia por la "cuestión Iribarne".

¿Cómo era que decía Mollo? Ah, sí, ya me acuerdo...

Niño hereje, niño hereje,
nunca salga sin su fucking medallón
estampita, caminata, olor a pata,
fe fifi,
Charles Atlas bautizado
torturado a talismán.

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