Dos distritos, dos elecciones, dos historias. La ciudad de Buenos Aires y la provincia de Tierra del Fuego fueron a las urnas para resolver sendos ballotages y, en ambos casos, el derrotado fue el candidato kirchnerista, en un caso por un candidato de centro-derecha (M. Macri) y en el segundo por una candidata de centro-izquierda (F. Ríos). Stop. Hasta acá las noticias por todos conocidas. Pero cabe hacer algún análisis.
Domingo K. No hace falta ser un analistas político avesado para notar que el domingo no fue un buen día para el kirchnerismo. Si la derrota en las elecciones de constituyentes misioneros había roto el infinito optimismo con el que enfrentaban el año electoral, la paliza en las elecciones porteñas y la impensada derrota en la más austral de las provincias argentinas devolvieron a la realidad a muchos dirigentes oficialistas. La sociedad argentina es compleja e incluso el más popular de los gobiernos, cada tanto, debe enfrentar reveses. En pocas semanas, el kirchnerismo debió digerir derrotas en Neuquén, Tierra del Fuego y la Ciudad de Buenos Aires (a las que, muy probablemente, se sume Santa Fe en poco tiempo) pero al mal paso buena cara: ellas pueden ser un indicador de la necesidad de ajustes en la trayectoria política actual.
Sin embargo, en caso que estos ajustes no se hagan pronto, pueden verse indefinidamente pospuestos por una victoria en las elecciones presidenciales de octubre, cosa que, por otro lado, hoy es más una certeza que una conjetura. Alguien me dirá que los meses previos a una elección no son una buena oportunidad para dar golpes en el timón, pero yo le respondo dos cosas: primero, que el día después de una elección quizás sea un momento aun menos propicio para hacer cambios; y, segundo, que acá quizás haya que hacer ajustes antes que andar dando golpes de timón.
El Proyecto. Algunas semanas atrás leía una interesante columna de Edgardo Mocca en Página/12, en la que el politólogo analizaba la composición del "proyecto" kirchnerista, a propósito de la plasticidad del gobierno para reconocer como propia casi cualquier victoria en elecciones locales, en especial cuando en muchas de ellas todos los competidores principales se reconocían candidatos K. Palabras más, palabras menos, afirmaba que si la construcción de un proyecto político en un momento crítico (léase, el momento de ascenso del kirchnerismo) admite la inclusión de multiples sectores, la consolidación de tal proyecto exige definir mejor las líneas que lo separan de lo que no es parte, incluso de aquellos elementos admitidos por pragmatismo en la etapa de despegue, porque de otra forma el proyecto deja de ser tal cosa. Contrariamente a la sugerencia de Mocca, el kirchnerismo sigue aglutinando elementos casi indigeribles para los moldes políticos del progresismo y, en consecuencia, se diferencia cada vez más de la izquierda y se vuelve una especie de neo-menemismo que sólo se diferencia por su talante de confrontación con algunas corporaciones (militares, organismos internacionales, empresarios, clero, etc.) de desprestigio notorio.
Armador político. No son pocas las voces que señalan a Alberto F. como el padre de la derrota del pasado domingo. Si fuera la oposición o la prensa esquizofrénica (o ambas) quienes lo apuntaran como responsable, la cosa sería más o menos normal, pero el problema gordo es que muchos de los que piensan esto están en el propio gobierno: Hace una semana, ante testigos, Néstor Kirchner le recriminó a Alberto Fernández, en su despacho de la Casa Rosada, la segura derrota porteña: "Privilegiaste el proyecto individual a un proyecto colectivo". En el peronismo y en el gabinete nacional ya había quejas sobre el jefe de Gabinete: haber diseñado la arquitectura electoral porteña sólo con oídos para Vilma Ibarra y Aníbal Ibarra. [...] Julio De Vido, ministro de Planificación, fue el único del gabinete que no estuvo en el hotel Panamericano, búnker de Daniel Filmus. Un amigo suyo señaló a LA NACION un creciente malestar de "los pingüinos" con Alberto Fernández. Sobreactuó ayer que la derrota era "digna" al poner a casi todo el gabinete al lado del candidato perdedor. Fernández, dicen, no escarmentó sus sucesivas debacles (La Nación, 25/06/2007).
La evidencia es casi incontestable: el ex-legislador cavallista no parece ser capaz de conducir el (re)armado del PJ porteño, por más esmero que le ponga. El tercer lugar de Rafael Bielsa en las elecciones legislativas de 2005, la destitución de Aníbal Ibarra y la reciente derrota (con paliza incluida) de Daniel Filmus son muestras inocultables de un armado político ineficaz, cualquiera sea la forma en que quiera maquillárselo. Y la pregunta se cae de madura: ¿Alberto F. seguirá siendo ministro en la segunda administración kirchnerista? Piano, piano...
Progresismo. Al tiempo que caía la tarde, la pregunta del domingo era: ¿Desde cuándo un candidato de la derecha obtiene el 60% de los votos en la Capital? ¿Buenos Aires giró a la derecha? ¿Dónde está el famoso electorado progresista porteño? O la contra-tapa de Barcelona tenía razón, y los votantes progresistas iniciaron una diáspora hacia otras tierras, o la cosa merece una mejor explicación. Probablemente el fenómeno se deba a varios factores: a.) desgaste de sucesivas administraciones ladriprogresistas; b.) fractura del voto progresista tras la remoción del pequeño Nerón porteño; c.) relevancia del clivaje gobierno-oposición (o K versus anti-K); d.) agotamiento de los votantes de clase media con el estilo K, tal como señala el Criador; y también e.) un candidato más centrista de lo esperado, o mejor dicho, más centrista de lo que muchos intelectuales bienpensantes están dispuestos a reconocer.
En definitiva, si Macri sumó los votos donde Menem en la elección de 1995 (y, para algunos como Aliverti, eso es suficiente para identificar sin más uno con el otro), además se impuso con comodidad en los bastiones del voto ibarrista de elecciones anteriores (centro y oeste de la ciudad), lo que permite confirmar, falacia ecológica mediante, que una porción importante de los votantes progresistas vieron en Macri un candidato suficientemente de centro como para preferirlo a Filmus, que como todos saben es Alberto Fernández. En definitiva, si en 2003 el votante progresista se agrupó alrededor de la candidatura del Pirómano, en esta ocasión no le pareció tan claro que Filmus fuera más cercano ideológicamente (como insistió el progresismo bienpensante porteño) o esa proximidad no le pareció suficiente para tragarse el sapo kirchnerista.
Oposición. Por último, caben unas líneas sobre los ganadores de la jornada. La oposición debe evitar verse desbordada por el exitismo de la hora. La posibilidad de derrotar al kirchnerismo en una elecciones presidencial es (con mucho optimismo) muy remota, pero más importante aun es que su capacidad de articular una coalición de gobierno es inverosimil. Si la oposición tuviera la posibilidad de pedir tres deseos con la certeza de que tales deseos se van a cumplir, yo sugeriría pedir: a.) forzar una segunda vuelta en la elección presidencial de octubre, pero que el resultado final sea una derrota digna; b.) hacer una buena elección legislativa, que permita ganar una cantidad de bancas cercana a la mitad en juego, a fin de privar al kirchnerismo de la mayoría automática en Diputados; y c.) obtener algunas gobernaciones en las elecciones provinciales (como podría ser muy pronto Santa Fe) a fin de construir poder político propio.
Para octubre falta una eternidad, o quizás un poco más.
Domingo K. No hace falta ser un analistas político avesado para notar que el domingo no fue un buen día para el kirchnerismo. Si la derrota en las elecciones de constituyentes misioneros había roto el infinito optimismo con el que enfrentaban el año electoral, la paliza en las elecciones porteñas y la impensada derrota en la más austral de las provincias argentinas devolvieron a la realidad a muchos dirigentes oficialistas. La sociedad argentina es compleja e incluso el más popular de los gobiernos, cada tanto, debe enfrentar reveses. En pocas semanas, el kirchnerismo debió digerir derrotas en Neuquén, Tierra del Fuego y la Ciudad de Buenos Aires (a las que, muy probablemente, se sume Santa Fe en poco tiempo) pero al mal paso buena cara: ellas pueden ser un indicador de la necesidad de ajustes en la trayectoria política actual.
Sin embargo, en caso que estos ajustes no se hagan pronto, pueden verse indefinidamente pospuestos por una victoria en las elecciones presidenciales de octubre, cosa que, por otro lado, hoy es más una certeza que una conjetura. Alguien me dirá que los meses previos a una elección no son una buena oportunidad para dar golpes en el timón, pero yo le respondo dos cosas: primero, que el día después de una elección quizás sea un momento aun menos propicio para hacer cambios; y, segundo, que acá quizás haya que hacer ajustes antes que andar dando golpes de timón.
El Proyecto. Algunas semanas atrás leía una interesante columna de Edgardo Mocca en Página/12, en la que el politólogo analizaba la composición del "proyecto" kirchnerista, a propósito de la plasticidad del gobierno para reconocer como propia casi cualquier victoria en elecciones locales, en especial cuando en muchas de ellas todos los competidores principales se reconocían candidatos K. Palabras más, palabras menos, afirmaba que si la construcción de un proyecto político en un momento crítico (léase, el momento de ascenso del kirchnerismo) admite la inclusión de multiples sectores, la consolidación de tal proyecto exige definir mejor las líneas que lo separan de lo que no es parte, incluso de aquellos elementos admitidos por pragmatismo en la etapa de despegue, porque de otra forma el proyecto deja de ser tal cosa. Contrariamente a la sugerencia de Mocca, el kirchnerismo sigue aglutinando elementos casi indigeribles para los moldes políticos del progresismo y, en consecuencia, se diferencia cada vez más de la izquierda y se vuelve una especie de neo-menemismo que sólo se diferencia por su talante de confrontación con algunas corporaciones (militares, organismos internacionales, empresarios, clero, etc.) de desprestigio notorio.
Armador político. No son pocas las voces que señalan a Alberto F. como el padre de la derrota del pasado domingo. Si fuera la oposición o la prensa esquizofrénica (o ambas) quienes lo apuntaran como responsable, la cosa sería más o menos normal, pero el problema gordo es que muchos de los que piensan esto están en el propio gobierno: Hace una semana, ante testigos, Néstor Kirchner le recriminó a Alberto Fernández, en su despacho de la Casa Rosada, la segura derrota porteña: "Privilegiaste el proyecto individual a un proyecto colectivo". En el peronismo y en el gabinete nacional ya había quejas sobre el jefe de Gabinete: haber diseñado la arquitectura electoral porteña sólo con oídos para Vilma Ibarra y Aníbal Ibarra. [...] Julio De Vido, ministro de Planificación, fue el único del gabinete que no estuvo en el hotel Panamericano, búnker de Daniel Filmus. Un amigo suyo señaló a LA NACION un creciente malestar de "los pingüinos" con Alberto Fernández. Sobreactuó ayer que la derrota era "digna" al poner a casi todo el gabinete al lado del candidato perdedor. Fernández, dicen, no escarmentó sus sucesivas debacles (La Nación, 25/06/2007).
La evidencia es casi incontestable: el ex-legislador cavallista no parece ser capaz de conducir el (re)armado del PJ porteño, por más esmero que le ponga. El tercer lugar de Rafael Bielsa en las elecciones legislativas de 2005, la destitución de Aníbal Ibarra y la reciente derrota (con paliza incluida) de Daniel Filmus son muestras inocultables de un armado político ineficaz, cualquiera sea la forma en que quiera maquillárselo. Y la pregunta se cae de madura: ¿Alberto F. seguirá siendo ministro en la segunda administración kirchnerista? Piano, piano...
Progresismo. Al tiempo que caía la tarde, la pregunta del domingo era: ¿Desde cuándo un candidato de la derecha obtiene el 60% de los votos en la Capital? ¿Buenos Aires giró a la derecha? ¿Dónde está el famoso electorado progresista porteño? O la contra-tapa de Barcelona tenía razón, y los votantes progresistas iniciaron una diáspora hacia otras tierras, o la cosa merece una mejor explicación. Probablemente el fenómeno se deba a varios factores: a.) desgaste de sucesivas administraciones ladriprogresistas; b.) fractura del voto progresista tras la remoción del pequeño Nerón porteño; c.) relevancia del clivaje gobierno-oposición (o K versus anti-K); d.) agotamiento de los votantes de clase media con el estilo K, tal como señala el Criador; y también e.) un candidato más centrista de lo esperado, o mejor dicho, más centrista de lo que muchos intelectuales bienpensantes están dispuestos a reconocer.
En definitiva, si Macri sumó los votos donde Menem en la elección de 1995 (y, para algunos como Aliverti, eso es suficiente para identificar sin más uno con el otro), además se impuso con comodidad en los bastiones del voto ibarrista de elecciones anteriores (centro y oeste de la ciudad), lo que permite confirmar, falacia ecológica mediante, que una porción importante de los votantes progresistas vieron en Macri un candidato suficientemente de centro como para preferirlo a Filmus, que como todos saben es Alberto Fernández. En definitiva, si en 2003 el votante progresista se agrupó alrededor de la candidatura del Pirómano, en esta ocasión no le pareció tan claro que Filmus fuera más cercano ideológicamente (como insistió el progresismo bienpensante porteño) o esa proximidad no le pareció suficiente para tragarse el sapo kirchnerista.
Oposición. Por último, caben unas líneas sobre los ganadores de la jornada. La oposición debe evitar verse desbordada por el exitismo de la hora. La posibilidad de derrotar al kirchnerismo en una elecciones presidencial es (con mucho optimismo) muy remota, pero más importante aun es que su capacidad de articular una coalición de gobierno es inverosimil. Si la oposición tuviera la posibilidad de pedir tres deseos con la certeza de que tales deseos se van a cumplir, yo sugeriría pedir: a.) forzar una segunda vuelta en la elección presidencial de octubre, pero que el resultado final sea una derrota digna; b.) hacer una buena elección legislativa, que permita ganar una cantidad de bancas cercana a la mitad en juego, a fin de privar al kirchnerismo de la mayoría automática en Diputados; y c.) obtener algunas gobernaciones en las elecciones provinciales (como podría ser muy pronto Santa Fe) a fin de construir poder político propio.
Para octubre falta una eternidad, o quizás un poco más.
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